
Las naciones son fundadas en religiones. Son fundadas en sistemas políticos. En abstracciones. ¿Por qué no fundarlas en algo tangente y básico como las preferencias sexuales?… Yo sólo quería ayudar… a crear un lugar seguro en el que la gente no se sintiera como paria.
Esta cita tiene una doble connotación de aquello que es una especie de himno en nuestro país, al menos: buena idea, pésima ejecución. Alguno dirá que la frase, en sí, no tiene la información suficiente para sostener dicha connotación, sin embargo, hay que leer con más atención. La buena idea, en apariencia, es esa de fundar naciones con base en algo real; la pésima ejecución puede deducirse desde donde dice “Yo sólo quería…”. Algo se hizo y no se logró, eso es evidente.
La cita no sólo nos permite introducir al libro del que trataremos hoy, sino que es el perfecto resumen del mismo. “El día del ajuste”, de Chuck Palahniuk.
Un evento especialmente brutal es consecuencia de la decisión del gobierno gringo que, como siempre, busca el bienestar para todos. Al parecer, la sobrepoblación de jóvenes educados para obtener ideales de vida, desencadena protestas que ponen a temblar las instituciones establecidas, justo como se ve con la primavera africana. Ante esto, se declara la guerra a África para poder mandar a todos los jóvenes gringos a matarse con los jóvenes africanos, y terminarlos con una bomba atómica.
Ante el fatídico destino elegido para ellos, los jóvenes se vuelven parte de una rebelión casi sectaria. La forma de reconocerse entre sí es un libro azul: si lo tienes, chido, si no, oraremos por ti. Los que tienen el libro, automáticamente, son mejores amigos. Cuando llega el día del ajuste, todos los que son parte de la rebelión, entran en acción: matan a todos los dirigentes, maestros y periodistas que nunca promovieron el crecimiento personal de nadie.
¿Cómo saben a quién matar? Antes del día del ajuste, en internet, se abrió una página donde se podía subir el nombre de alguien, y los demás votaban para saber si se merecen la muerte o no. Muy democrático el pedo.
Todo esto resulta en la creación de 3 países: Gaysia, el país de los homosexuales; Blacktopia, el país de los negros; y Caucaisa, el país de los blancos. Todo pareciera ser, desde aquí, pura buena onda porque ya cada quien tiene lo que quiere. Ideológicamente, todo es perfecto, ¿verdad?
Bueno, estamos hablando de Palahniuk, obviamente nada es perfecto. Muy al contrario, es justamente el extremismo de la ideología lo que lleva a que todo sea un perfecto caos. ¿Pero cómo? Bueno, lea el libro para saberlo.
Sin embargo, hay algo que sí se puede mencionar sin llegar al tan odiado spoiler, cosa que no se ha hecho hasta ahora, aunque no crea: todo esto no es ni la primera mitad del libro. Aquí lo que resulta especialmente escalofriante es que todo parece una especie de rayos equis de lo que vivimos día a día. No hace falta ser un experto sociólogo para verlo.
Ya estamos en la época en la que, sino eres parte de un grupo, no puedes opinar, comentar, ni siquiera pensar en eso. Lo conocemos perfectamente: lo hombres no podemos hablar de temas relacionados al aborto, los ricos no pueden hablar de temas relacionados a la pobreza, los heterosexuales no pueden hablar de temas relacionados a otras sexualidades… Obviamente yo, que no tengo una oreja, no puedo hablar sobre cosas que afectan a la gente que tiene dos orejas. Es más, debería ofenderme mucho porque todos los audífonos son para gente de dos orejas, no me incluyen. No existe una verdadera inclusión hacia los que carecemos de alguna parte de nuestro cuerpo. Habríamos de inventar una nueva letra que sí nos incluya a todos.
Parecería esto una burla muy poco inteligente, pero no es así. Claro, hay decisiones que recaen en individuos que pertenecen a ciertos sectores, pero ya por eso prohibir a otros desde opinar hasta ayudar, es un extremo risible. Es decir: yo soy maestro, y no por eso creo que mis alumnos, por no ser docentes, no puedan opinar de mi trabajo. Todos, en cuanto a temas sociales, podemos opinar y ayudar, siempre que sea de la forma adecuada. Prohibirle a algún sector cualquier acto, sólo porque sí, siempre irá en detrimento de la ideología misma.
Digamos un ejemplo: Si yo tengo una preferencia sexual que no es la misma que la de mis padres, ¿ellos no me pueden apoyar porque no les gusta lo que a mí me gusta?, ¿mis amigos no representan mi persona sólo porque a ellos les atrae algo que a mí no?, ¿sólo puedo reducir mis contactos a gente con la que comparto ideologías? Entonces no podría haber salido del clóset con mis padres, ni mis amigos heterosexuales. Eso resultaría en que no contaría con su apoyo, no porque no quisieran ayudar, sino porque no los hubiera dejado. Y si eso hubiera sido así, obviamente, ellos serían culpables.
El día del ajuste trata exactamente de eso: no sabemos diferenciar entre un ataque y una simple diferencia ideológica. Si alguien opina algo distinto a mí, entonces me alejo, me separo, y a dicha persona la exhibo para que todos compartan mi odio. Si alguien me dice algo con lo que no estoy de acuerdo, sin haberme atacado; yo me ofendo porque ¿qué se cree este mamarracho al preferir el reguetón al metal?
Lo más curioso con el libro es, no su extenso entretejido de historias variadas y diferenciadas que enfrentan, todas, pedos particularmente generales. Lo más asquerosamente irónico es el origen de la solución, que resulta ser más caótico que el problema mismo. Es decir: la posible resolución nació de quien no quería arreglar, sino de quien quería que las cosas fueran peores. ¿En el libro solamente o en nuestra realidad también? Ah, pues eso ya mejor descúbralo usted.
Esta novela de Palahniuk, que funciona como la segunda parte del “Club de la pelea” a pesar de que queda aclarado que no es así; es una que todos podemos disfrutar. Tiene todo tipo de momentos: cómicos, extremadamente asquerosos, violentos, interesantes e intensos. Una crítica al texto es que el final es ligeramente flojo, no parece estar a nivel del resto del libro; pero también eso es parte de la vida, de todos modos, nuestras ideologías nunca resultan en lo que queremos. Es más, nunca nos ayudan a llegar ni cercanamente a donde queríamos. Podría ser que el final del libro sea la prueba de todo esto: que estirar al extremo cualquier ideología es lo que provoca que la lucha social no sea más que una patética burla.
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