
DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro
Parecía tan cerca, casi podíamos tocarla, era tan anhelada… pero no. La “nueva normalidad” y su ansiado retorno recibieron esta semana un nuevo jalón de patas, de la mano de la aparición de una nueva variante del coronavirus SARS-Cov2, identificada bajo un tenebroso nombre: Ómicron.
Y es que a nivel mundial, la detección de una nueva variante del virus causante de la presente pandemia ha sido motivo de alarma y controversia; de entrada su impacto se resintió en la economía globalizada, los mercados cambiarlos y financieros reaccionaron negativamente ante la posibilidad del restablecimiento de medidas restrictivas y de confinamiento, derivada de la decisión de algunas naciones europeas en el sentido de cancelar vuelos con origen y destino en Sudáfrica, país donde se detectaron los primeros brotes de ésta nueva variante.
La noticia por supuesto no es menor; en este espacio sin embargo no nos detendremos en el análisis de los criterios científicos, ya que no nos asiste ni el conocimiento ni la cercanía a fuentes autorizadas; nos limitaremos a una reflexión que ha estado vigente durante toda la pandemia y que sin embargo, parecíamos haber dejado de lado en las últimas semanas: ¿qué tanto estamos dispuestos a renunciar a nuestras comodidades o estilo de vida en aras del bienestar y seguridad colectivas?
En mi entorno inmediato me ha tocado conocer algunos casos interesantes. Hace algunas semanas conversaba con el propietario de una pequeña cadena de restaurantes en el norte de California, quien me explicaba algunas de las decisiones que ha tenido que tomar durante la pandemia: por ejemplo, tuvo que cerrar temporalmente una de sus sucursales, ubicada en el corazón del Distrito Financiero de San Francisco. Después de diez años de ser la locación que le reportaba más altos niveles de ventas, se enfrentó al problema de la falta de clientes. La mayoría de las empresas ubicadas en ese distrito son operadoras de bolsa, bancos, empresas de tecnología y proveedores de servicios financieros que decidieron recurrir a esquemas de trabajo no presencial (Home office) durante la alerta sanitaria.
En el caso de mi interlocutor (cuya identidad mantengo en reserva por petición personal), se enfrentó al dilema de ofrecer alternativas a sus empleados; algunos fueron reubicados en otras locaciones y otros aceptaron un esquema de liquidación voluntaria con opción a recontratación inmediata en cuanto las circunstancias pudiesen permitirlo. No había margen para más, puesto que nadie sabría cuanto tiempo podría extenderse el aislamiento.
Con el transcurso de los meses, ésta cadena de restaurantes —especializados en comida mexicana— se fue adaptando a las circunstancias; primero limitándose a la venta de comida para llevar, lo cual amplió su dependencia hacia las empresas operadoras de apps de entrega de comida a domicilio, cuyas comisiones van del 25 al 40% de cada venta. Posteriormente tuvo que adaptar su operación a condiciones de apertura parcial para finalmente, retornar al servicio en interior con restricciones sanitarias: los clientes deben mostrar su prueba de vacunación y una identificación vigente para consumir sus alimentos en el interior de los locales, donde el uso de mascarillas es obligatorio y solamente se dispensa durante el consumo de alimentos o bebidas. Tanto el tiempo de permanencia en los restaurantes como el aforo del mismo es limitado y las autoridades de las respectivas ciudades donde operan (Oakland, Berkeley, El Cerrito, San Rafael), supervisan el cumplimiento de las directrices.
La empresa se vio obligada a hacer una reingeniería de sus operaciones. Una parte de sus necesidades de proveeduría era cubierta a través de una granja propiedad del mismo grupo, que abastece a los restaurantes de legumbres y vegetales para su operación diaria. Sin embargo, las condiciones impuestas por la pandemia obligó a la compañía a explorar otros mercados, por lo que desde hace algunos meses comenzaron a comercializar su propia línea de salsas mexicanas, con lo que recuperaron parte de las ventas perdidas por el cierre de su sucursal en el Distrito Financiero de San Francisco.
Al inicio del tercer trimestre de éste año, la compañía tuvo que enfrentar otra importante decisión: renovar o cancelar definitivamente la renta de la sucursal cerrada. El Distrito Financiero de San Francisco es una zona comercial cara, donde el alquiler de un pequeño local comercial puede alcanzar entre 20 a 30 mil dólares mensuales. ¿Valdría la pena sostener una sucursal en una locación que prácticamente se ha convertido en un pueblo fantasma?
Aquí es donde viene la parte interesante: la compañía operadora de bienes raíces ofreció un programa de facilidades a los locatarios que accedieran a renovar contratos por un periodo mínimo de dos años, reduciendo el costo de las unidades entre un 40 y hasta un 50% (dependiendo el caso) durante el primer año, término en el que los locatarios se comprometen a absorber el total de los costos de mantenimiento de las unidades. Las empresas que mantienen sus operaciones en el distrito se han comprometido a establecer modelos de operación mixta, ofreciendo facilidades para que su personal se reincorpore parcialmente a labores presenciales en jornadas de medio tiempo. El objetivo principal de dicho esfuerzo común es mantener la sustentabilidad de los complejos de negocios y oficinas. Aún así, muchas empresas emergentes están reconsiderando sus esquemas de operación, ya que en los tiempos previos a la pandemia algunas de ellas habían corrido el riesgo de acceder al pago de costosas oficinas en complejos de ubicación privilegiada, buscando el beneficio de la exposición permanente y proximidad con clientes y socios potenciales, condición cuya rentabilidad la propia pandemia se encargó de desvanecer.
Aprovecho toda ésta historia para volver a caer en la misma pregunta que la humanidad entera se ha venido haciendo durante todo este periodo pandémico: ¿qué debemos privilegiar al momento de tomar decisiones? ¿La seguridad sanitaria o la subsistencia económica?
Tiene todo el sentido preservar la salud, mantener las restricciones sanitarias y redoblar esfuerzos en la vacunación y la atención a pacientes contagiados. Pero la cruda realidad es que la economía capitalista globalizada -que por el momento es la que nos rige, nos guste o no-, se mueve de manera importante con base en las expectativas. Por consiguiente, cuando éstas son poco alentadoras o incluso imprevisibles, sus efectos negativos nos alcanzan a todos.
Lo cierto es que al día de hoy, en el escenario internacional, ningún gobierno o corporación ha logrado plantear un modelo ideal que brinde equilibrio entre la deseable supervivencia del género humano y el sostenimiento de nuestra economía de consumo. A quienes dirigen los gobiernos y a quienes controlan el capital los siguen rigiendo necesidades tan mundanas como -¡carajo!- la rentabilidad política y la plusvalía.
En su mentalidad pareciera flotar la siguiente idea: “¿para qué diablos queremos salvar a la población si no nos generan votos o no les podemos sacar dinero?”
Pareciera prematuro anticipar lo que habrá de acontecer con el manejo de la crisis que ha desatado la aparición de la variante Ómicron. La población mundial está harta del confinamiento y la “sana distancia”, como nos lo han demostrado la reciente reactivación de algunos eventos masivos, como festivales musicales, encuentros deportivos o como la concentración convocada por el presidente López Obrador el 1 de diciembre, para celebrar el tercer aniversario de su llegada al poder. El aislamiento forzado sin duda ya está cobrando su cuota en la salud mental de nuestras comunidades, y la amenaza de nuevas restricciones toma con particular escepticismo a las grandes masas.
Me sorprendieron por ejemplo las imágenes del Flow Fest celebrado este fin de semana en el Autódromo Hermanos Rodríguez de la CDMX: gran concentración de personas, euforia, cero distancia, apenas unos cuantos cubrebocas… qué más da: si el destino nos alcanza, que sea perreando hasta el suelo y con la cara al cielo…
Veremos cómo manejan este nuevo escenario nuestros dirigentes. Pero de entrada, todo parece que más allá de quién encuentre soluciones, la humanidad parece deseosa de entronizar a quien se muestre capaz de vendernos mejores promesas. Todo señala a que queremos dejar la realidad y sus costos para otro tiempo…
Veremos y comentaremos.
Twitter: @miguelisidro
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