
DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro
De manera inesperada, y tal vez definitiva, la pandemia por el COVID19 y sus variantes ha trastocado nuestra vida en sociedad, nuestros hábitos de consumo y nuestros modos de supervivencia.
A más de dos años de su aparición en el orbe, la pandemia impuso nuevos protocolos y restricciones para nuestras formas de trabajar, educarnos y convivir, dando al traste con algunos segmentos de la economía, pero al mismo tiempo detonando oportunidades en otros terrenos.
Una de las áreas de actividad mayor crecimiento han tenido durante este periodo es el comercio digital en sus distintas vertientes. En el ánimo de permanecer en el mercado, grandes y pequeños negocios han tenido que adaptarse a las condiciones y ofrecer a sus clientes la posibilidad de seguir consumiendo sus productos salvando las restricciones del distanciamiento social.
Supermercados, farmacias y restaurantes ubicados en grandes núcleos urbanos son algunos de los negocios que han encontrado en el comercio en línea una alternativa de supervivencia, pero al mismo tiempo todos ellos se enfrentan a un aspecto menos amable de la “nueva normalidad”: la competencia se ha recrudecido.
En países como Estados Unidos, los grandes corporativos han invertido millonarias sumas para fortalecer sus áreas de comercio en línea; en algunos casos reconvirtiendo su estructura interna o en otros asociándose con compañías de marcado liderazgo en el ramo, como Amazon o DHL. Sin embargo, ésto ha traído también algunos efectos secundarios en su plantilla laboral, ya que se redujeron las horas pagadas del personal que trabaja en los pisos de venta y en actividades que involucran contacto con el público.
En el caso de los restaurantes, el auge de las aplicaciones de entrega de comida a domicilio ha sido evidente a lo largo del mundo occidental, sin embargo, algunos reportes de medios internacionales como The Guardian o The New York Times han puesto en evidencia el lado obscuro de ésta modalidad de comercio digital: cobro de altas comisiones a los restaurantes, pocas prestaciones y nula seguridad para operarios y repartidores, a quienes se contrata bajo una modalidad de “asociados” como una forma de mantener su paga por debajo de los estándares del mercado laboral.
También hay personas que han tratado de innovar para hacer frente a esta situación. En 2018, un grupo de egresados y estudiantes latinos de la Universidad de California en Berkeley desarrollaron una microempresa de base tecnológica a la que llamaron Kiwi Campus, consistente en un servicio de entrega de comida en la zona aledaña a las instalaciones de la casa de estudios, con un plus: la comida era entregada por pequeños robots operados a control remoto.
En el año y medio posterior a su entrada en operación, los pequeños repartidores de Kiwi Campus se convirtieron en parte del paisaje urbano en el centro de Berkeley. Para muchos visitantes resultaba simpático observar a una mini hielera con ruedas cruzando por las banquetas y entregando órdenes en dormitorios, oficinas y departamentos en el circuito universitario.
En 2019, Felipe Chávez, CEO de Kiwi Campus anunció la intención de la compañía de extender su emprendimiento a otras universidades del país. Su operación, sin embargo, no estuvo exenta de críticas, cuando un reportaje del San Francisco Chronicle reveló que los mini robots eran controlados desde una base de operaciones en Medellín, Colombia, por un grupo de empleados que recibían una paga equivalente a 2 dólares la hora, mientras que el sueldo mínimo en la zona de Berkeley está establecido en 15 dólares la hora. También se criticó el énfasis de su estrategia publicitaria en redes sociales, que incluía la frase “You don’t need to tip the robot” (“No necesitas darle propina al robot”). Aunque la compañía aseguró que la frase buscaba hacer énfasis en el bajo costo del servicio, dirigido a estudiantes, sus críticos la acusaron de hacer énfasis en la deshumanización del servicio en una industria tan sensible como la de los alimentos.
Lamentablemente, la situación dio un giro drástico para Kiwi Campus; en el primer trimestre de 2020 la Universidad de Berkeley anunció el cierre temporal de sus dormitorios debido a la pandemia; los estudiantes fueron enviados de regreso a sus ciudades de origen y se adoptó el modelo de clases virtuales; el personal académico y administrativo fue remitido a trabajo desde oficina, y con la excepción de algunos laboratorios e instalaciones estratégicas, se suspendieron todas las actividades presenciales en el centro de educación superior.
A finales de marzo, Kiwi Campus anunció la suspensión de sus operaciones por tiempo indefinido, parte de su base de clientes fue transferida a otras plataformas como DoorDash y UberEats, y los pequeños robots dejaron de rodar por las calles y avenidas de la ciudad. A mediados del 2021, UC Berkeley anunció el retorno parcial a actividades presenciales en formato mixto (combinando clases virtuales con actividades presenciales), y se retomaron algunas actividades en espacios abiertos como los encuentros deportivos y los conciertos, con protocolos específicos de seguridad sanitaria. Después de un prolongado silencio, el Greek Theater (uno de los espacios emblemáticos de la universidad) volvió a ofrecer conciertos al aire libre, con la participación de bandas como Primus, Cypress Hill y 311, ente otros artistas.
Sin embargo, el pequeño emprendimiento de Kiwi Campus no ha podido retomar sus actividades, por lo que su demanda ha sido cubierta por otras compañías que han tenido autorización para ingresar a las instalaciones universitarias a través de repartidores en bicicleta o patines eléctricos.
En anteriores entregas ya hemos comentado sobre el impacto de la pandemia sobre la industria del entretenimiento. Aunque a finales del 2021 se avizoraba una parcial reapertura de actividades, la aparición de la variable Ómicron ha vuelto a poner a todo mundo a la defensiva.
A nadie sorprendió que una ceremonia que en los últimos años fue perdiendo prestigio y brillo como la entrega de los Golden Globe Awards fuese prácticamente suspendida para ser realizada de manera virtual, sin la presencia de artistas ni transmisión en vivo. Los galardones de cada categoría fueron anunciados en redes sociales, sin un gran impacto en la prensa especializada. Tal parece que Hollywood ha caído en cuenta de que su pretendido glamour llega a resultar chocante para un público que sigue padeciendo los estragos de una nueva etapa de contagios y confinamiento forzado.
A más de dos años de distancia nos vuelve a asaltar la misma duda: ¿será que debemos hacerlos a la idea de que lo subnormal es ahora parte de la “nueva normalidad”? ¿Qué tan “normales” seremos cuando ésta etapa termine… si es que ese momento llega?
Twitter: @miguelisidro
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