Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez

Cuando uno se adentra un poco en la literatura que se encarga de hacernos temer, hay de todo. Claro que son los clásicos aquellos que tienen conquistado nuestro corazón: entre gatos de Poe, dioses primigenios de Lovecraft, el terror vomitivo de William Peter Blatty o los cuentos que son-pero-no-son para niños, de Bradbury; todos ellos se quedan en el imaginario. No es por denostar, obviamente, porque escribir como ellos lo hacían, es cosa de maestros, de iluminados por la oscuridad de este tipo de literatura. Su miedo es, sin embargo, parte del imaginario, son cuestiones que se pueden aterrizar a la realidad, pero sólo luego de trabajos de metaforización y otras figuraciones retóricas.

No todo el miedo es así, hay uno que se puede tocar.

Periodista, escritora y maestra; Mariana Enríquez viene a mostrarnos algo que no habíamos imaginado, que no se centra en aquello que viene de la mente, sino aquello que podemos palpar.

“Las cosas que perdimos en el fuego” es una compilación de cuentos que radican todos en aquello indescriptible pero real. No es algo inefable lo que nos hace temer, sino algo tan real como nuestra existencia. La autora se encarga de, a través de una narrativa sencilla pero sobresaliente, hacernos ver, en caso de que no nos hubiéramos dado cuenta, que hay que temer no sólo de las pesadillas, sino también al despertar.

Si queremos saber un poco más específicamente qué es esto de un terror latente, podríamos ver un poco de algunos de sus textos.

“La casa de Adela” no tiene puros personajes humanos, sino que la casa es también protagonista. La existencia de una construcción que, por serlo, tendemos a presuponer que es fuerte y estable; también puede esconder algo detrás de la puerta. Lo desconocido respecto a algo tan común como lo es una casa, no es solamente porque no se pueda ver al interior, sino por las cosas que se cuentan sobre ella. Y son justamente algo tan “inocente” como las habladurías, lo que puede llevarnos a cruzar la línea de lo aterrador.

No hay que olvidar que la literatura, para ser tal, debe tener ficción. Lo que Mariana Enríquez nos da, son historias ficticias, evidentemente, pero su ficción acaba siendo algo con lo que te puedes topar día con día. Y es esta cotidianidad lo que da, también, un terrible toque amargo al prestar atención. Para esto, puede llegar a tener toques de brutalidad y un cinismo terriblemente grotesco al estilo de Elfriede Jelinek, sin llegar a ser la autora Austriaca. Justamente sucede así en “El patio del vecino”, una historia de maltrato infantil que se transforma en una violencia repetitiva sin fin. Aquello que dicen que el abusador es abusado, se vuelve un grito ahogado de horror.

Es común encontrar estos puntos en común entre varios autores. Podemos ver una suerte de letimotiv lovecraftniano en “Bajo el agua negra”. Es un mal que parece haberse cimentado desde un antepasado tan distante que ni siquiera los fósiles más antiguos podrían recordarlo. Entonces, está en este cuento muy particular el juego de entre lo que es en su naturaleza aterrador y dañino, pero que sobrepasa nuestra comprensión de esa conceptualización como tal. Es decir que bajo el agua negra hay algo que no puede ser descrito ni con los conceptos más indicados, justamente porque es mucho peor.

Y, evidentemente, no se puede dejar de mencionar el cuento homónimo del libro, “Las cosas que perdimos en el fuego”, una protesta y denuncia feminista. Todos los cuentos están impregnados con un toque feminista, pero este es de excelencia. Las mujeres, luego de años de ultraje y represión, deciden quemar sus cuerpos para así hacerlos suyos. Es un cuento cuasidistópico que trata sobre la incansable lucha de ellas, así como el alto que ponen al machismo en todas sus formas.

La narrativa de Mariana es toda cuasidistópica, no lo es totalmente porque, en sí, es verdad, es real, está aquí.

Sí es cierto que, de repente, es difícil leer este libro. Lo complejo no radica tanto en la brutalidad de sus letras, sino en lo que está plasmando en su narrativa. El terror que Mariana Enríquez nos escribe está presente en la existencia común, en el día a día con el que ellas tienen que lidiar sólo porque a algunos imbéciles así les parece.

Nos muestra que nuestra realidad es peor que sus cuentos.

Nos invita a redescubrir aquello que ya tomamos por sentado y que no nos llama la atención justamente por su cotidianidad. Nos lleva a repensar aquello que ya habíamos dejado atrás porque ya venía de cajón. Nos obliga a revalorar que esto que tomamos como normal no es más que un engaño que nos hacemos para olvidar nuestra culpa. El escalofrío que te hace sentir es irracionalmente realista, porque, literalmente, es un terror que se puede tocar.

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