Chuck Palahniuk

La tercera novela de Chuck Palahniuk, que se supone que sería la primera en ser publicada; pero no porque era “demasiado perturbadora” se llama “Monstruos Invisibles”. ¿Qué calificaríamos como tal? Una película gore, una nota periodística explícita, un acontecimiento sangriento contado desde el punto de vista de la víctima. Pero, en cuanto a letras tratamos, rechazar algo por ser “perturbador” sólo puede significar una cosa: el monstruo reflejado en la novela, es la fiel reproducción del que decide no darle luz verde a dicho texto.

Este escritor gringo es de los que pertenecen al cinismo. Ahora, lo importante no va a ser tratar lo que el texto desarrolla, porque eso ya se ha dicho en este mismo espacio. Lo importante de la relectura de este libro es que:

  • Te van a sudar tanto las manos como la primera vez.
  • Va a ser tan brutal para el entendimiento humano, como la primera vez.
  • Va a ser tan difícil de leer, como la primera vez.

Sin embargo, en lo que se buscará profundizar es justamente en eso de tachar este libro, “Monstruos invisibles” como algo tan perturbador como para no ser publicado y, por ende, para que nadie lo lea. La decisión de un editor al rechazar o aceptar un texto es justamente la de la censura o la posible aceptación de un texto. El editor cree saber lo que todos queremos leer, saber, conocer o experimentar. Es una suerte de mesías, un líder que toma las decisiones de un grupo que ni siquiera conoce a la perfección, porque podría ser parte del mismo, pero jamás ponerse en el lugar del otro, por completo. Y es justo por esto que este tipo de libros tan difíciles de leer, son tan necesarios.

Elfriede Jelinek, Thomas Pynchon, Irvine Welsh, Mariana Enríquez, Michel Houellebecq; todos ellos tratan una realidad incómoda en sus novelas y textos de ficción. Realidades que resultan incómodas por su inmenso parecido a lo que vivimos día con día. Cada uno con su estilo, nos dan una bofetada para luego escupirnos, y gracias a eso, aprender, comprender algo.

Aprender es incómodo, saber cosas nuevas, volverse “más sabio” conlleva un proceso increíblemente difícil para el que lo quiere lograr. Nunca, y no es necesario un gran análisis para comprenderlo: nunca se está en lo correcto permanentemente. Siempre hay que cambiar, hay que mutar, evolucionar. La comprensión de algo, el entendimiento pleno en su ideal, no es poder recitar datos innecesarios, decir nombres y teorías de diversa índole para mostrar que nuestra mente puede atesorar datos inútiles: es confrontar nuestra idea previa y modificarla. Es como una clase de historia: la mala historia es la que te pregunta las fechas, porque son aburridas, tediosas, nunca cambian, siempre están ahí consistentes, siempre son iguales; pero comprender el proceso histórico, ver por qué sucedió, cuáles son las consecuencias, el chismecito; es lo que vuelve a la historia algo atractivo.

Chuck Palahniuk es el cínico del optimismo, y como tal, en este libro increíblemente complejo, nos muestra que las cosas “demasiado perturbadoras” son más que necesarias. Aceptar que el “Club de la pelea” puede tratar de homosexuales, es un paso a entender la literatura de este escritor. Él siempre habla del marginalizado, el que está apartado, del atacado, el detestado, el inconforme, del que vive vulgaridad, del que se da cuenta que está mal porque así lo obligan a hacerlo.

La narrativa lleva al lector en un continuo cambio de dirección, constantes giros son lo que sorprende, y el asco va en crescendo. El horror de lo que le sucede al pequeño McFarlan y la evolución de la hermana mayor McFarlan, principalmente, son lo que mantienen un ritmo de montaña rusa. Al no ser una lectura lineal, uno no se pierde ni necesita pausar para proseguir después: es la crudeza de lo que piensan, la reverberación de la putrefacción de la sociedad lo que obliga a uno a dejar de lado el libro por momentos porque, ¿cómo es posible?

No debemos confundir, y es que este libro no es un documental, solamente nos pone en frente los excesos de la falta de escrúpulos, cómo la enajenación personal hacia una idea puede incluso llevarnos a mover montañas. El monstruo invisible no es el que no podemos ver, sino el que decidimos ignorar. A fin de cuentas, uno puede caer en la lectura superficial de decir que es ella, tras sus velos, la que se vuelve invisible por ser monstruo, pero eso sería ignorar el terrible nudo en la garganta. La verdadera víctima de la novela, no es ella. Ella se victimiza, ella dice ser la falta de amor, la que sufre; justo como todos le hacemos. El monstruo invisible es la víctima que ella no pudo ver: la víctima de su injusticia y de su coraje.

Un monstruo invisible es el que se oculta, no para atacar ni hacer sufrir al otro, sino el que se esconde para que no lo vean. Aquél que tiene gustos homosexuales, el deforme, al que le falta un miembro, el racializado, la sexualizada, el tachado de diferente, el rarito, el feo, el prieto, el que no sabe. Un pobre diablo que no encaja en el ideal, justo es el pobre mentecato que dice que este libro es “muy perturbador”. La gente encerrada en su mundito de fantasía, con una reducida burbuja epistémica, ahogada en el privilegio encantador; es esa la que cree que este no es un buen libro.

Los monstruos invisibles somos, justamente, los que necesitamos y queremos este tipo de textos. No somos difíciles de ver: siempre se nos quedan viendo. La mirada morbosa hacia el prieto ese que no tiene una parte de la cabeza, o del que se está tomando de la mano con alguien de su mismo sexo, de la apretada que no deja que la toquen, del tímido que no habla porque es rarito; todos somos visibles. A todos ellos los vemos, pero se vuelven invisibles porque decidimos ignorarlos.

La ignorancia invisibiliza, y este libro hace lo opuesto: la evidencia. Sólo un privilegiado se sentiría incómodo porque le están mostrando el error que siempre predica que no comete. Alguien acomodado, blanco, y conocedor de la vida porque siempre viaja; nunca podría ignorar a alguien. Jamás. Al contrario: los ayuda, ayuda a los monstruos.

Pobres, no saben que quien necesita ayuda no son los monstruos, porque los monstruos ya saben cómo es vivir. El privilegiado no es la luz al final de la noche del que se le acerca para contarle su penar, y habría uno de ser muy estúpido para pensarlo que sí. Uno no es un elegido sólo porque alguien quiere venir a contarnos algo: se victimiza el que piensa así, porque cree que todo gira en su rededor, cuando en realidad, es el más ignorado, no porque sea monstruoso, sino porque ni siquiera vale la pena tomarlo en cuenta. El monstruo invisible es indefenso, pero el que se muestra como la luz que ilumina el camino en la noche… bueno, a esos hay que temerles.

Sí, el monstruo invisible siempre acude a alguien más a contar algo, y si uno de estos se acerca a usted, agradézcale, no se sienta mesías. No se sienta santo. No se sienta algo que no es. Escuche, aprenda y, sobre todo: deje de ignorar a los demás porque, entre más trata de invisibilizar al monstruo, más crece este.

0
    0
    Tu carrito
    Tu carrito está vacíoRegresar para ver