
DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro
Era el verano de 1987. Vivía en la ciudad de Cuernavaca, Morelos; acababa de entrar a la preparatoria, por fin podía dejarme el cabello largo y comencé a perseguir un sueño: formar una banda de rock.
Por supuesto que a los 15 años no se percibe con claridad lo complicado que puede ser armar un proyecto musical. Pero contaba con algunas cosas importantes para emprender el proyecto: un grupo de amigos con las mismas afinidades musicales (hard rock, heavy metal, trash metal), demasiado tiempo libre y una convicción que rayaba en la necedad.
Todos estos recuerdos se agolparon en mi memoria al ver la película “Lords of Metal” (Estados Unidos, 2022), dirigida por Peter Sollett y producida por Greg Shapiro para la plataforma digital Netflix.
Ésta comedia juvenil acerca de las peripecias que enfrentan dos jóvenes inadaptados que desean formar una banda de heavy metal para ganar un concurso escolar reúne en forma breve y entretenida varios de los clichés clásicos acerca del rock, sus seguidores, y quienes sueñan con el estrellato: todo parece sencillo hasta que deja de serlo.
Acompañada por un soundtrack de impecable manufactura, la película nos traslada al mundo de Hunter (Adrian Greensmith), un adolescente obsesionado con el heavy metal que sueña con formar su propia banda, contando con el apoyo de su mejor y único amigo, Kevin (Jaeden Martell), al que convence para hacerse cargo de la batería.
La cinta no es nada pretensiosa ni trae consigo ningún discurso moralizante (aunque aborda con cierto segregacionismo el consumo de drogas), pero lo que resulta más digno de agradecerse es que Netflix no haya caído en su ya gastada práctica de convertir todas sus producciones en miniseries. Hay historias que pueden presentarse en menos de hora y media y aún así tener solvencia.
La cinta evidentemente va dirigida a pegarle en el huesito de la nostalgia a un segmento del público que en esta etapa de la vida ya pasan de los cuarenta años de edad (como es el caso de su servidor), por la gran cantidad de referencias musicales, gráficas y discursivas a las grandes bandas del heavy metal: Black Sabbath, Iron Maiden, Judas Priest, Anthrax, Metallica… en fin, una serie de artistas que para las nuevas generaciones resultan no sólo desconocidas, sino hasta chistosas.
Y es precisamente en ésta parte donde reside el encanto especial del filme: nos remite a la grandilocuencia de los rockeros aferrados. Vuelvo a mi anécdota ochentera: por medio de amigos y conocidos, un par de camaradas y yo comenzamos a asistir a los ensayos de Padre Nuestro, una veterana banda metalera de la capital morelense. Con gran generosidad, los hermanos Jorge y Omar Salgado (bajista y guitarrista) incluso accedieron a prestarnos sus instrumentos para realizar nuestros primeros ensayos. Martín Ramírez, el otro guitarrista de los PN nos daba consejos: “No van a sonar de poca madre a la primera… intenten montar canciones sencillas y con la práctica, todo irá mejorando paso a paso”.
En el metal, como en ningún otro de los géneros derivados del rock, la imagen y la actitud son fundamentales. Y para un trío de adolescentes en una ciudad provinciana de México no solo era difícil, sino prácticamente imposible llevar una vida consagrada profesionalmente a la música. Eso requiere tiempo, y en un inicio, algo de inversión, siendo éste último el aspecto que más se nos complicaba.
Recuerdo que en aquellos años frecuentábamos a un cuarteto de hermanos, los Sotelo, que eran asiduos asistentes a cuanto concierto de rock se organizaba en la ciudad. Tres de ellos lucían largas melenas que los hacían sobresalir entre la concurrencia. Poco después hicieron el propósito de crear su propio grupo, al que bautizaron como “Kráneo”. Diseñaron logotipos y camisetas, y trabajando en la ebanistería del su padre, ahorraron para comprar instrumentos. Para cuando ya tenían todo listo, cayeron en cuenta de un “pequeño” detalle: ninguno de ellos sabía tocar ni la puerta.
Todavía recuerdo prolongadas sesiones de escuchas de discos de lo que entonces era lo más novedoso del metal: Slayer, Motörhead, Metallica, Sepultura y Transmetal, todos sentados con cerveza en mano alrededor de una fastuosa batería Remo Octopus de color rojo cereza que José Luis, el mayor de los hermanos Sotelo había comprado en oferta a un baterista semiprofesional que andaba en busca de un equipo más moderno. Y todos nos imaginábamos lo chingón que debería sentirse estar en un escenario aporreando los tambores al estilo de los grandes bataqueros internacionales: Lars Ulrich, Dave Lombardo o Nicko McBrain. Parecía tan fácil…
Si usted no está familiarizado con el rock, el metal y el bajo mundillo de los músicos aficionados, seguramente disfrutará muy poco de una clásica comedia juvenil como ésta. Pero si usted usó (o sigue usando) botas militares, gorra volteada al revés y una playera negra de su banda de rock favorita, se divertirá como un niño con esta película y gozará como oro molido con los cameos y múltiples guiños a la cultura rockera.
Tengo cierto resentimiento con el tratamiento que la cinematografía le ha dado al metal. En la mayoría de las películas sobre el género, los metaleros son reflejados como un puñado de nerdos involuntariamente chistosos, desde la clásica “This is Spinal Tap” (1984) o “Airheads”(1994); y en el extremo opuesto, como azotados psicópatas, tal como se refleja en “Metal Head” (2013) o “Lords of Chaos” (2018). En lo personal, creo que una cinta que hace excepcional justicia al metal, sus seguidores y sus músicos es el documental “Flight 666” de Sam Dunn y Scott McFadyen (1999), que relata la historia detrás de la decisión del grupo británico Iron Maiden de comprar su propio avión de carga para sus giras alrededor del mundo, y la experiencia de su cantante Bruce Dickinson como piloto de la aeronave.
Como colofón a la presente entrega debo señalar que, como es evidente, mi sueño de convertirme en una estrella de rock internacional no se llevó a cabo, pero, que al igual que ocurre con los protagonistas se “Lords of Metal”, se puede aprender, amar y sobre todo, vivir en el intento.
Twitter: @miguelisidro
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