
DE UN MUNDO RARO por Miguel Angel Isidro
La presente semana seré crucial para definir el rumbo que tomará la convocatoria para la Novena Cumbre de las Américas, convocada a celebrarse en la ciudad de Los Ángeles, California, entre el 6 y 10 de junio.
Al momento de redactar estas líneas, apenas una veintena de las 35 naciones del continente habían confirmado cabalmente su participación en el encuentro. La incertidumbre en torno a la convocatoria gira en torno a la decisión del gobierno de los Estados Unidos -país anfitrión-, en el sentido de anticipar su intención de excluir a Cuba, Venezuela y Nicaragua acusando la prevalencia de “prácticas antidemocráticas” por parte de los gobiernos de dichas naciones.
Para muchos analistas, la tensión en torno a la cumbre de ha visto enfatizada por la conformación de un bloque “izquierdista” en Latinoamérica, cuyos mandatarios han cuestionado la intención de la administración Biden en el sentido de vetar de antemano a tres “países hermanos”, destacando el caso de los gobiernos de México, Guatemala, Honduras,
Bolivia y Perú, cuyos mandatarios han hecho expresa su intención de no participar en la cumbre si no se incluye a la totalidad de las naciones de la región.
Para complicar aún más el panorama, uno de los países más importantes de la región, Brasil -el más densamente poblado de Sudamérica- podría auto excluirse del encuentro, ante el argumento de su presidente Jaír Bolsonaro de mantener en estos momentos concentrado su interés en asuntos domésticos: su propia campaña para la reelección en las elecciones generales de octubre próximo.
Sin embargo, más allá de la presunta conformación de un “bloque de izquierda” en Latinoamérica, lo que se observa es la confirmación de agendas bastante específicas por parte de cada uno de los mandatarios involucrados, todos tratando de llevar agua al molino de sus respectivos intereses en el corto y mediano plazo.
Claro que desde el lado norte tampoco cantan mal las rancheras. La convocatoria a esta cumbre tiene un sentido especial para el Presidente Biden, en un momento en el que su popularidad sigue sin levantar, y con el fantasma de la recesión proyectando su ominosa sombra sobre suelo norteamericano. A pesa de no contar con una agenda suficientemente clara en asuntos tan delicados como la migración o la seguridad nacional, al gobierno demócrata la urge acreditar resultados. Lo paradójico del asunto es que la derecha norteamericana está lista para atacar a Biden sea cual sea el resultado de la cumbre: si triunfa lo acusarán de hacer alianzas con “el eje del mal”, y si fracasa, seguirán cuestionando -como lo han venido haciendo desde que asumió el mandato- su falta de carácter y liderazgo.
Por su parte, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador es el que mejor ha sabido capitalizar la polémica generada en torno a la cumbre. Por un lado, asumió un rol de liderazgo ante el veto lanzado por la Casa Blanca, al grado de condicionar su participación si no se incluye a Venezuela, Nicaragua y Cuba. Por otro lado, obtuvo buenos dividendos políticos durante su reciente gira por Centroamérica, promoviendo la instauración de los programas sociales de la Cuarta Transformación como parte de una estrategia de atención al fenómeno migratorio. Nada mal para un gobierno que, a pesar de dichos programas, no ha podido pacificar el territorio nacional, prácticamente copado por las mafias criminales, ni ha logrado frenar el éxodo de mexicanos hacia el vecino país del norte. Más aún: las remesas enviadas por los paisanos residentes en la Unión Americana se ubican como la segunda fuente de divisas para el país; haciendo evidente la dependencia de nuestra economía de la fuerza laboral de nuestros migrantes
Aún así, López Obrador hace gala de una de sus principales habilidades políticas, al usar la política exterior en beneficio de su política exterior. Su postura en torno a la cumbre tiene un claro sesgo ideológico, que no necesariamente se traduce en un beneficio directo para México, pero para el tabasqueño eso es lo de menos: está hablando y actuando para el beneplácito de sus seguidores.
Para el derechista brasileño Jaír Bolsonaro, más que un asunto de ideologías, su desaire a la cumbre reviste un notorio sentido de pragmatismo político: no está dispuesto a distraerse ante los amantes de la izquierda de su país, que ha decidido desenterrar del retiro político al ex presidente Lula Da Silva, para ganar la batalla al estilo del romance del Cid Campeador, cuyo cadáver ataviado con armadura y montado en un corcel de guerra fue el motor anímico para llevar a sus huestes a la victoria.
Pese a mostrar su rechazo a la intención de segregar a otras naciones, mandatarios como el argentino Alberto Fernández y o el chileno Gabriel Boric no han ido al extremo de condicionar su participación. Ambos parecen estar en espera de obtener acuerdos específicamente convenientes para hacer frente a la crisis global. A diferencia de sus homólogos, no guardan especial interés en el tema migraotorio, que en sus respectivos países tiene connotaciones menos dramáticas.
Y es que en efecto, la reactivación económica tras la pandemia y la contención del fenómeno migratorio se avizoran como los temas prioritarios a discutir en el cónclave. Aún así, ambas asignaturas requieren de amplios compromisos y trabajo en campo que difícilmente podrían ser aterrizados en cuatro días de buenas intenciones .
Parece que la consolidación de la región tendrá que esperar a tiempos menos álgidos… o por lo menos a la concurrencia de líderes con más intereses en común.
Observemos con atención .
Twitter: @miguelisidro
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