Hace algunos días, tuve el gusto de ver un show en el que un par de travestis bailaron (mucho mejor de lo que yo jamás podría), y me remitieron, aparentemente por obvias razones, al libro de Virginia Wolf, Orlando. Pero también un poco a Barthes. La cuestión es que, al parecer, todos debemos usar máscaras para poder ser parte de ciertos círculos sociales. Este uso de máscaras es útil justo para evitar rencillas y confrontaciones que bien podrían ser innecesarias, sin embargo, ¿qué tanto la máscara es para ocultar? Al ver el show, con las luces y la música a todo volumen, obvio es que uno se deja llevar por la situación y la gente a su rededor; pero dudo mucho que esos dos se estuvieran ocultando.

Muy al contrario: la máscara conlleva libertad.

Se me dirá: bueno, es obvio, justo por eso usamos las máscaras, para ser libres de actuar de formas específicas. Sin embargo, sería un argumento un poco flojo: el uso de máscaras para interactuar (en ciertos círculos sociales) es lo contrario a ser libres para actuar. Justamente decidimos adoptarlas para forzarnos a controlar ciertos impulsos que, de otra forma, podrían traernos problemas o malentendidos.

Es justo por eso que no somos libres. Orlando, hablando del libro ya mencionado, se ve obligado a eso mismo cuando se ve convertido en mujer. Una vez habiendo adoptado esa nueva forma de ser, se da cuenta que no puede seguir actuando como antes, como hombre. Lejos de que eso le trajera problemas en sí, a él, que en un inicio se ve tentado a disfrutar de lo que los dos géneros podrían conllevar (cosa que sí hace de cierta manera), quiere evitarle problemas a los demás. Pareciera que nuestros actos van encaminados más a evitarle penas a los demás que evitárnoslas a nosotros mismos. Uno bien podría ponerse a pensar el por qué el uso de las máscaras: para nosotros estar bien o para que los demás estén bien.

Obvio es que un alguien ofendido bien podría traernos un grave problema, así que digamos que el uso de máscaras conlleva una doble ventaja.

Está también el ejemplo de Orlando con su afición a escribir. Un hombre rico y poderoso como él no debería tener esos gustos tan superficiales. Es evidente que no puede perder el tiempo cuando tiene tanto dinero por manejar. Cosa curiosa y bastante afortunada el planteamiento de la mente del escritor, sus proezas y sus contradicciones personales. Podemos darnos cuenta que Virginia Wolf era una escritora que era consciente de los claroscuros. Cualquiera con la más mínima inclinación a la literatura, bien podrá comprender el punto.

No obstante, a este respecto, también la máscara de rico que tiene que usar no es para ganar libertad, sino para verse a sí mismo coartado. No puede (sino hasta el final) verse como el escritor de renombre que busca ser porque cae, más bien, en la burla. Aquí hay una cuestión de crecimiento en torno a las letras, esa de ver la vida como los dos géneros. Lo importante, sin embargo, es enfatizar que las máscaras que usamos no son sólo para ocultar lo que somos “de nacimiento”, sino también lo “adquirido”.

Y uno pensaría eso, justamente, que nuestro actuar, al estar condicionado hacia unas u otras finalidades, entonces no somos plenamente libres. Sin ser quisquillosos, digamos que la libertad es actuar como uno desea pero sin afectar las libertades de los demás, simple la cuestión. Siendo incluso así, la libertad en realidad es estar limitado; y está bien, porque buscamos el bienestar social y personal… pero no siempre tendría que ser así.

Dentro de ciertos contextos, el uso de la máscara permite liberación de las pasiones más básicas, las más intrínsecas en el ser humano, podría ser justo por perder esa parte humana. Alguien que cubre su rostro deja de ser hombre y se vuelve un espejo, un reflejo, la proyección de quien lo observa. Así, pues, cuando hay lucha libre y vemos a los luchadores enmascarados, cada uno representa el bien o el mal. Eso según Barthes, no es invención mía. El luchador, tiene un rol que cumplir, pero también tiene un deseo que satisfacer en el espectador. Así, entonces, se vuelve símbolo de una suerte de arquetipo: lo que quiere (o debe) ser y lo que el que lo observa quiere que sea. Es una especie de dicotomía en su significado.

Así, pues, cuando vi este espectáculo de personas pretendiendo ser alguien más o, ¿por qué no?: siendo genuinamente ellas, hubo un doble impacto en el espectador. Primero: el lugar permite que el uso de la máscara sea positivo, que sea algo que se espera, que se necesita, que se desea. No estamos ahí para ver a un individuo, sino la representación de algo. Segundo: esa representación no es la común, y justo es lo que la vuelve algo extraordinario. No es que esté limitando su actuar para ser algo que no es, sino que está representando las libertades, el glamour, el desenfreno y el deseo que los que no estamos disfrazados, también buscamos.

Al proyectarnos en estas representaciones, nos damos cuenta de aquello que estamos perdiendo pero que sigue estando ahí. No quiere decir que al ir a ver un espectáculo así, ya todos vayamos a querer hacer lo mismo: bailar en frente de la gente en una jaula. Solamente estamos exteriorizando aquello que siempre tenemos guardado: el deseo de platicar, de bailar, de representar, de opinar, de ser o no ser algo. Va mucho más allá de un hombre vestido de mujer o una mujer vestida de hombre o una persona con una máscara roja con negro o azul con plateado. El ver a alguien y proyectarnos, está liberando cuestiones intrínsecas y básicas de todos nosotros.

Así, pues, yo bien podría decir que el uso de la máscara da libertad a algunos, pero esos algunos bien podrían contraargumentar que a fin de cuentas, esos en los que proyectamos nuestra libertad, están actuando un papel, por lo que no son libres tampoco. Las dos caras de la moneda no se niegan ni eliminan mutuamente, son las características de un fenómeno visto de varias aristas. Justo como Orlando de Virginia Wolf: un fenómeno de algo que no puede ser para algunos, pero que nos libera a todos.

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