
DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro
En los albores del nuevo milenio, los dioses y diosas se reúnen para discutir el futuro de la humanidad después del año 2000.
Convencidos de que el mundo adolece de diversos problemas provocados por la codicia e ignorancia del género humano, deciden poner fin al mundo apenas se cumpla el último minuto del año 1999.
Sin embargo, súbitamente aparece un dios azteca que alza la voz para decir que no todo está perdido, que existe un país donde se ha alcanzado un nivel de progreso y armonía que puede servir de ejemplo para el futuro de la humanidad. Y ese paraíso terrenal es nada más y nada menos que México.
En términos llanos, la anterior es la premisa de una película cómica titulada “México 2000”, filmada en 1983 bajo la dirección de Rogelio A. González y protagonizada por los comediantes Chucho Salinas y Héctor Lechuga.
A través de un hilo de cinco historias ubicadas en un utópico México de ciencia ficción, se refleja el estilo de vida de una supuesta sociedad mexicana que ha resuelto satisfactoriamente sus problemas sociales en materia de educación, gobierno, contaminación m, discriminación y sobre todo, combate a la corrupción.
Muy al estilo de las películas y series televisivas producidas desde la década de los sesentas, en pleno estupor de la Guerra Fría, el año 2000 se visualizaba entonces como el umbral de un futuro altamente tecnologizado, aséptico y vanguardista. Menudo chasco que nos llevamos los seguidores de series como Los Supersónicos y Perdidos en el Espacio al percatarnos de que aún en 2022 nos se nos ha hecho realidad el sueño de desplazarnos a nuestra diaria labor en un vehículo volador totalmente computarizado.
La referencia a la citada película de comedia viene a la sazón de esa muy mexicana tradición de idealizar el futuro. Y no es que sea mal ser optimista, pero muchas veces nos da por imaginar que como por arte de magia, alguna inteligencia prodigiosa resolverá los problemas que actualmente nos aqueja.
A raíz de los resultados arrojados por los procesos electorales en seis estados celebrados en pasados días, muchas mentes febriles se adelantan a sugerir un escenario ideal donde el país entero será gobernado de a cabo a rabo por la Cuarta Transformación y que el Presidente Andrés Manuel López Obrador podrá extender su mandato a través de la designación de un sucesor o sucesora al nivel de sus nobles aspiraciones de llevar al país a una nueva era de bienestar y progreso.
Así que mientras tanto, la opinión pública se mantiene embelesada con el juego de “las corcholatas” desencadenado desde Palacio Nacional. Un día sí y otro también nos mantenemos a la expectativa de la vida, obra y milagros de las personalidades que el Dedo Presidencial tenga a bien considerar entre la lista de los “buenos”. Qué más da ala inflación, la violencia criminal y la cada vez más notoria falta de autoridad en amplias regiones del país… tenemos corcholatas.
Aún así, habría que reconocer el ingenio y la mexicanísima picardía del Primer Destapador de La Patria para meterle color y sazón a un proceso que bajo otras circunstancias sería no sólo demasiado largo, sino aburrido. Porque mire usted, que para hacer “candidateable” a un personaje tan gris, anodino y ausente de resultados como el titular de la SEGOB Adán Augusto López Hernández, hace falta, como dice La Bamba, una poca de gracia y… otra cosita. Sobre todo la “otra cosita”.
Con esto no quiero decir que los resultados de la pasada elección no sean legítimos o no correspondan a la realidad; total, si el electorado mexicano decidió tomar la disyuntiva de “darle más poder al poder”, está en todo su derecho. Adicionalmente, la oposición sigue sin ofrecer nada sustancialmente relevante; se ha limitado a oponerse por sistema a todo lo que huela a AMLO o a la 4T, y tampoco ha trabajado en la construcción de nuevos liderazgos.
Aquí el punto es no perder de vista la diferencia entre lo urgente y lo importante. La transición democrática del país ha sido un proceso largo como para quedar la pólvora en los infiernitos de una sucesión excesivamente adelantada.
A ambos extremos del cuadrante político les corresponde la responsabilidad de encontrar canales de diálogo con los sectores de la población que aún no ven cabalmente reflejadas sus aspiraciones en sus discursos y candidaturas. Porque podríamos observar ejemplos como el de Oaxaca, donde Salomón Jara prácticamente arrasó en la elección de gobernador con más de 35 puntos de ventaja sobre su más cercano competidor, también es pos le advertir que Morena perdió cerca de 500 mil votos en relación a la elección presidencial de 2018. ¿Dónde quedaron esos electores que en su momento optaron por un cambio en la conducción del país? ¿Qué les faltó ver reflejado en la oferta local?
Porque aunque no les agrade mucho a los ultras de la 4T, al impulsar la idea de la “continuidad” como una necesidad “urgente”, implica el reconocimiento tácito de que durante el presente sexenio no se habrían cumplido a cabalidad los objetivos planteados. Pero se debe entender con claridad la diferencia entre delegar y procastrinar.
Como ya lo hemos planteado anteriormente en este espacio, resulta imperativo entender que un proceso de transición política o social no comienza o termina por decreto; por lo que simplemente afirmar que el neoliberalismo, el porfiriato o el virreinato terminaron de la noche a la mañana, es un completo despropósito.
La euforia por la sucesión adelantada no debe acaparar la agenda pública. Una vez que se disipe el estupor postelectoral y que todo el confeti ya esté en el suelo, será muy válido cuestionarse la dinámica de la pretendida continuidad. Continuidad, si, pero bajo qué términos, con qué actores políticos y sobre todo, a qué plazo y bajo qué parámetros de medición.
Hay vida más allá del 2024, queridas y queridos. Que no se nos olvide.
Porque sin el afán de arruinar la recomendación cinematográfica a quienes no hayan visto la referida película “México 2000”, hay que advertir que aún entre dioses… hay espacios para componendas.
Veremos y comentaremos.
Twitter: @miguelisidro
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