Salman Rushdie

¿Un libro puede costar una vida humana? La literatura, cierto es, debe resultar incómoda para ser imperecedera. Un libro que cuenta las bondades de una vida que no es tal, al menos no para la mayoría, no puede resultar más que un best seller momentáneo. Eso sin tomar en cuenta que el optimismo de la actualidad es más una imposición que una forma de ver la vida. Ese tipo de libros no generan más problemas que el de obtenerlos si es que ya escasean. Pero la literatura tiene algo más, generalmente, un toque de la desquiciada mente del autor. Sin un poco de locura, ¿qué es un libro sino papel de baño?

Los Versos Satánicos le costó la vida a su traductor, Hitoshi Igarashi, luego de que el ayatolá Ruhollah Jomeiní, pidió la muerte del autor del libro así como de todos los involucrados en su publicación. Así, el traductor fue apuñalado varias veces en el rostro, murió en el acto. No se logró detener a nadie. Los ayatolás, por cierto, son expertos en ciencias islámicas, uno de los más altos puestos en la jerarquía islámica, líderes espirituales y políticos, por qué no. Salman ha enfrentado varios intentos de asesinato, pero sigue con nosotros, vive desafiantemente.

¿Qué debería tener un libro para ser motivo de asesinato? Debe tratar sobre religión en un mundo lleno de puristas que interpretan las escrituras como más les conviene. El libro trata, en algunas partes, sobre unos versículos del Corán que aluden a 3 diosas paganas de La Meca. También está inspirada la novela en un poco de la vida del profeta Mahoma. Es que el chismecito radica en que el profeta malinterpretó ciertos textos como si fueran divinos, pero en realidad eran satánicos. O sea que la medio cagó, y Rushdie dijo “a huevo, novelita”.

El libro trata sobre dos actores indios (indio como proveniente de la India, no con el sentido peyorativo que los cortos de entendimiento le podrían dar a la palabra) que se ven en un muy singular accidente. Gibreel Farishta es uno de esos sujetos que son bellos y cuyo destino es ese: ser admirado. Es un famosísimo actor de Bollywood que se centra en papeles religiosos. Mientras que el otro es Saladin Chamcha, hijo de un padre exageradamente estricto. A Saladin se le conoce como “El Hombre de las Mil Voces” porque tiene esa habilidad: la de imitar cualquier acento, así que trabaja haciendo anuncios usando su voz.

¿Qué tiene de singular el accidente? Fue un ataque terrorista. Los terroristas capturan el avión, aterrizan, hacen temer a todos, y luego regresan al aire y es cuando explota. Entonces, estos dos hombres caen por los aires, y en contra de toda posibilidad, viven: Farishta se vuelve el arcángel Gabriel, mientras que Saladin se vuelve un genio malvado, Shaitan. Así que Farishta tiene una aureola en la cabeza, mientras que Chamcha tiene cuernitos y se vuelve una especie de fauno que huele a madres.

Farishta, como cualquier ser tocado por la divinidad, tiene visiones. Ve a una tal Ayeesha, una mujer campesina que vive en un pueblo pequeño. Ella se vuelve la atracción principal por su hambre de lepidópteros. Y no sólo eso, sino que se lleva al pueblo a cruzar el mar para llegar a la Meca porque, obvio, esta mesiánica líder recibe mensajes de Dios que le indican eso justamente: Vete al mar y yo te lo abro, mira, como a Moisés, y así puedes pasar tú y la gente para llegar a la Meca y lograr hacer lo que… lo que la gente hace ahí.

Evidentemente, esto no podría ser tomado como algo positivo, porque cualquier novela que trate de religión, es un ataque. Las novelas, a pesar de ser ficción, pueden provocar cambios irremediables en los más insensatos, entonces, en lugar de darles un cuento inventado, hay que darles una recopilación de escrituras ciento por ciento interpretadas por quién sabe quien. La persona lee un libro puede pensar por sí misma, y no está bien: hay que, mejor decirle qué pensar con base en un libro que no ha leído.

Ahora, sin hacer spoiler del final, regresamos al toque irónico que Salman Rushdie sabe manejar, quizá, de su propia vida también. Básicamente está planteando, por adelantado, lo que pasaría con él, de cierta forma, al escribir este libro. El genio que es capaz de hacer cumplir todos los deseos no es más que la multiplicidad brindada por la literatura en sí, con todas sus caras visibles y sus recovecos inteligentemente ocultos. La frotación de la lámpara y el consecuente genio que cumplirá todos esos deseos, no es más que una metaforización de aquello que sucede al leer, lo que se ve coartado cuando alguien nos dice qué pensar incluso si se basa en un libro.

Además, yendo más allá, ese entrecruzamiento de destinos es sólo un poco más del ser satírico que decide este escritor adoptar y romper. Hay que mencionar que el purismo del escritor ausente pero conocedor de todo, es destrozado. Por eso Rushdie es un iconoclasta. Son varias las ocasiones en las que habla él con su lector, además de que en una muy breve representación de una mente desequilibrada, rompe con la narrativa; asimismo, se encarga de demoler, todo el tiempo, la estética.

Por el reto que representa leerlo, que no es imposible de superar, ni que fuera Thomas Pynchon; entonces, de rato en rato (en cada página) es un delirio. Los Versos Satánicos es delirante y monumental. Cumple con todo lo que el realismo mágico es: la normalización de la fantasía que es vista como lo común, los personajes y su entorno, la naturaleza, su hogar, donde viven; además de esas complicadas relaciones familiares. Las mariposas de Rushdie son muy buenas contendientes con las de Gabo. Así es como Salman se posiciona como uno de los más grandes en el género.

El autor se coloca al lado de los otros a los que no se les puede pedir nada porque su narrativa es monumental. Si bien, Úrusla K. Leguin es la monumental de la magia humana, Tolkien de la fantasía, Umberto Eco el intelectual exigente y Pynchon es el cínico; Salman Rushdie es el monumental iconoclasta. Toma todos y cada uno de los preceptos que cualquiera de nosotros consideraría como establecidos y los destruye con una mezcla de magia, ironía y crítica. No se hace esperar, así como el inicio es poderoso y apantallante; el final es el equilibrio perfecto: poderoso, apantallante y humano. Los Versos Satánicos cumplen con su cometido: nos provoca un delirio divino, mágico y retorcido del que no queremos salir, pero tampoco nos acomoda el asimilarlo por completo.

Por Sergio Alberto Cortés Ronquillo

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