DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro

“Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo…se puede engañar a algunos todo el tiempo…pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”, reza una contundente frase, atribuida al ex presidente norteamericano Abraham Lincoln.

La célebre cita vino a mi cabeza al recordar una anécdota de mis primeros años en el ámbito de los medios de comunicación.

Ciertamente a todos nos gustaría recordar nuestro inicio en el ámbito laboral como un episodio pleno de historias de esfuerzo, sacrificio y recompensa; pero en un país tan surrealista como el nuestro, en este marco también se entrelazan un sinfín de episodios que van de lo sublime a lo ridículo. Todos tenemos una historia así…

Estábamos al inicio de la década de los noventas; debe haber sido en el verano de 1991. Tenía poco de haber terminado la preparatoria y estaba en espera de definir la siguiente etapa de mi formación profesional.

Desde un par de años antes, había tomado la decisión de estudiar periodismo o comunicación. Había trabajado como mensajero en una agencia de publicidad que editaba un semanario de corte económico-empresarial donde había tenido la oportunidad de acercarme al proceso de redacción, edición, producción y circulación de un medio impreso. Ahí me dieron la oportunidad de escribir un par de artículos de opinión, con lo que me bastó para sentirme atraído por ese entorno.

Recuerdo que una de mis encomiendas al final de ese trabajo fue organizar y empacar los archivos de la empresa, ya que sus dueños habían decidido cambiar de actividad. Ésa labor me permitió echarme un clavado en una tonelada de periódicos y revistas que almacenaban por diversos motivos, cuya lectura me motivó a continuar aprendiendo sobre periodismo.

Pues resulta que ya estábamos en el periodo vacacional de verano; yo aún debía un par de materias de la prepa y en mi ciudad de residencia (Cuernavaca, Morelos) no había en ese entonces ninguna universidad pública que ofreciera la carrera de comunicación. Existían un par de opciones en instituciones privadas, pero estaban fuera de mi alcance presupuestal.

En esas andaba cuando uno de mis grandes amigos de la preparatoria, Juan Francisco Hernández me contactó con una noticia bomba: uno de sus tíos estaba por abrir una revista, y estaba buscando jóvenes aprendices de periodismo y publicidad para echarla a andar.

Fue así como conocí a Julián González, un joven comerciante que durante algún tiempo se había hecho cargo del segmento de sociales de un diario local. Según su experiencia, Cuernavaca era una ciudad con actividad turística, comercial y artística suficiente para dar cabida a un nuevo producto comercial: una revista de espectáculos. Se ofrecía un modesto sueldo base que se podía complementar con un recurso extra mediante la venta de publicidad para el naciente medio.

En los siguientes meses, nos pusimos a trabajar en la conformación del material para la primera edición de la revista. Haciendo mano de sus habilidades como publirrelacionista, don Julián contrató pautas publicitarias en algunas estaciones de radio locales, aún cuando no se tenía todavía definida la fecha de lanzamiento de la revista: la idea era crear expectativa.

Recuerdo que en ese momento invité a otro amigo de la preparatoria, Julio Aranda a hacer mancuerna en la labor de trabajar para el nuevo proyecto. Se nos encargó entonces buscar algunos negocios locales -restaurantes, bares y discotecas- que nos permitieran hacer publirreportajes de cortesía con miras a un posterior compromiso publicitario.

Mi amigo Julio llevaba algunos años trabajando como disc jockey en algunas discotecas locales, por lo que su experiencia y contactos fueron ideales para emprender la tarea. En algunos lugares nos venían con cierta desconfianza, y tal vez tenían razón: un par de chamacos preuniversitarios ostentándose como periodistas y con actitud de perdonavidas solicitaban hablar directamente con los dueños o responsables del lugar. Sin embargo, la campaña radiofónica y algunos artículos utilitarios (encendedores, plumas, porta vasos membretados) que dejábamos como obsequios promocionales nos aligeraban la labor de dar credibilidad a nuestros argumentos de ventas.

Algunas semanas más tarde, don Julián nos anunció su gran plan de lanzamiento: había conseguido una exclusiva con un reconocido cantante juvenil que estaba por iniciar una nueva etapa de su carrera. Al principio manejó todo el asunto con mucho sigilo, pero después nos soltó la bomba: se trataba ni más ni menos que de David Forcada, ex integrante del grupo infantil Parchís, que había alcanzado una gran popularidad en México y otros países de Latinoamérica a mediados de los ochentas.

En la junta correspondiente al anuncio, nuestro director nos mostró las pruebas de edición de la portada, de una entrevista y una sesión fotográfica que serían la pieza central del número de lanzamiento de la revista “Bambalinas” -que fue el nombre que ya ostentaba el proyecto-. En las gráficas podíamos ver la imagen de un espigado y rubio joven, con vestimenta pretendidamente rockera (jeans desgarrados, camisa de seda, pañoleta sobre la cabeza en algunas fotos), posando con cierta altanería teniendo como fondo las instalaciones de la vieja Estación del Ferrocarril de Cuernavaca, en las inmediaciones de la zona conocida por los lugareños como Casino de la Selva, por la existencia de un hotel de postín cuyos mejores años ya estaban muy lejanos, y que apenas un lustro más tarde terminaría derruido para ser convertido en un centro comercial.

El plan de lanzamiento de la revista incluía la celebración de una cena-baile con la presentación estelar del cantante español en un salón de fiestas de la localidad, así que en ese momento, nuestra labor de multitasking se extendía a reporteros-vendedores de publicidad-fotógrafos y vendedores de boletos en el mismo paquete.

Una semana antes del evento de lanzamiento, don Julián organizó una reunión con el personal de la revista (varios de ellos integrantes de su propia familia), personas cercanas al proyecto y como invitado especial, el protagonista de nuestra primera portada. Ahí, entre bocadillos y tragos conocimos al tal David Forcada, quien llegó acompañado de un señor trajeado llamado Celso que era el representante del artista. Recuerdo que nos dio unas tarjetas de presentación con el logo de la revista Fama, una publicación de espectáculos de la capital del país.

Durante la convivencia con el artista, algunos de los colaboradores nos dimos cuenta de algunos detalles raros: el tipo mostraba un voraz apetito hacia los tacos, las salsas y todo tipo de comidas picantes, vestía ropa de marca barata y sobre todo, no tenia ni rastro de acento español. “Parece que ya llevas mucho tiempo en México, ya casi hablas igual que nosotros”, le dijo la secretaria de la oficina ante lo que el tipo reaccionó con cierto nerviosismo con un atropellado “qué va, guapa, Méjico es como mi casa, pero extraño mucho Madrid”, con un forzado tono de tendero español de película de Cantinflas.

Un día antes de la presentación, apareció publicado en una revista local (“Búsqueda”, que dirigía el periodista Ricardo Sámano Ocampo) un reportaje de la autoría de un entonces joven reportero llamado Omar Sandoval donde revelaba la existencia de un estafador que vivía de sorprender incautos haciéndose pasar por un artista español. El reportero narraba su propia experiencia cuando, como colaborador de una estación de radio local, tuvo que andar paseando y alimentando a un joven que se ostentaba como exintegrante de Parchís, al que tuvo que rescatar cuando quiso huir sin pagar en el hotel donde se había hospedado. Y en las gráficas del reportaje se presentaba la imagen ni más ni menos que del invitado y padrino del primer número de “Bambalinas”.

“El estafador se apresta a aparecer en un espectáculo patrocinado por un incipiente empresario del medio periodístico, al que al parecer sumará en la lista de sus víctimas”, remataba el reportaje.

La noticia cayó como balde de agua fría en las oficinas de nuestra revista, pero a media tarde don Julián apareció para calmar los ánimos: se trataba de un acto de mala fe de parte de otros editores celosos del nuevo proyecto. El lanzamiento de la revista y su evento estelar seguían en marcha.

Llegó la fecha y hora de la cena baile. Apenas habíamos logrado vender la mitad de las localidades: el público mostraba poco interés por acudir a la presentación de un cantante que tenía más de media década sin dar señales de vida. Aún así, el jefe nos dio la orden de regalar entradas con familiares y amigos: a costa de lo que fuera quería ver el salón lleno a reventar.

El evento transcurrió conforme a lo programado: un grupo versátil y  un equipo de luz y sonido se dieron a la tarea de calentar el ambiente.  Como maestro de ceremonias se contrató a Óscar Traven, un acto de reparto de Televisa que había alcanzado cierta notoriedad interpretando a “Roque Escamilla”, el villano de la telenovela “Alcanzar una Estrella”, que era en ese momento el producto estelar del Canal 2. Su presencia le daba cierto aire de credibilidad al show.

Llegó el momento de la presentación estelar. Con bombo y platillo se anunció la presentación de David Forcada, el exintegrante de Parchís, quien fue recibido con un emotivo abrazo por el maestro de ceremonias, quien fue el encargado de incluso darle la famosa “patadita” al estilo de Raúl Velasco a manera de apadrinamiento.

El show del presunto cantante consistió en sólo tres canciones, todas ellas con playback. La estafa quedó al descubierto con el último número: se aventó a interpretar con fonomimica la versión de Miguel Ríos del “Himno a la Alegría” del famoso directo “Rock’n Ríos”, con todo y aplausos grabados. Tras un giro triunfal por todo lo ancho del escenario, el presunto David Forcada se retiró a su camerino, de donde desapareció para siempre jamás.

Algún tiempo después supe por algunas notas de prensa que el tipo en realidad se llamaba David Muñoz y que llevaba algún tiempo estafando incautos con el cuento de ser exintegrante de Parchís.

Después del evento, a don Julián le llegaron un montón de cuentas por pagar que el supuesto exParchís y su representante hicieron en hoteles y restaurantes de Cuernavaca; ya no contestaban sus llamadas y la supuesta oficina de representación que tenían en el DF había sido desmantelada en un santiamén. Aún con esa contrariedad encima, la revista “Bambalinas” apareció para circular sólo en tres ediciones. En ese transcurso, don Julián intentó probar suerte lanzando un interdiario al que bautizó como “La Crónica de Morelos”, que terminó cediendo a un viejo periodista que contrató como director: Luis Díaz López.

A finales de ese mismo año, mi hermana mayor Leticia Isidro que ya llevaba algunos años trabajando en los medios me avisó de una oportunidad para cubrir una vacante como reportero de guardia en la edición local del diario El Financiero. La chamba incluía también el reemplazar a los reporteros titulares en sus periodos vacacionales, lo que me dio la oportunidad de conocer más del trajinar de la labor reporteril y el trabajo de redacción. Algunos meses más tarde pude jalar a esa misma redacción a mi amigo Julio Aranda, quien años después se fue a trabajar a medios nacionales como reportero de El Universal y corresponsal de la revista Proceso en Morelos.

Yo por mi parte me seguí de largo trabajando en los medios, teniendo la oportunidad de alternar la chamba con los estudios de Ciencias de la Comunicación y Periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

De don Julián no supe mucho en los años posteriores; solamente que se metió en un gran lío con la operación de una oficina que gestionaba permisos para taxis y transporte colectivo, que se vio obligada a cerrar por la detección de permisos apócrifos. Sin embargo parece que salió bien librado del tema, aunque decidió irse con su familia a residir a otro estado.

De toda esta extraña experiencia, me quedaron dos cosas experiencias de vida : una incurable adicción por el periodismo, y la indudable certeza de que Parchís nunca estará entre mis artistas favoritos.

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA

Parchís (España) “Ganador”

The Stone Roses (Inglaterra) / “I wanna be adored”

Enrique Bunbury (España) / “La gran estafa”

Miguel Ríos  (España) / “Himno a la Alegría”

Por miguelaisidro

Periodista independiente radicado en EEUU. Más de 25 años de trayectoria en medios escritos, electrónicos; actividades académicas y servicio público. Busco transformar la Era de la Información en la Era de los Ciudadanos; toda ayuda para éste propósito siempre será bienvenida....

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