DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro

A lo largo de la historia, la relación bilateral entre México y los Estados Unidos de América ha sido tortuosa y compleja.

Países hermanos, socios, amigos, sí, pero también antagonistas, desiguales y codependientes al compartir una frontera común de poco más de 3 mil kilómetros lineales de extensión, reconocida como una de las más importantes del orbe por el volumen de sus operaciones comerciales y el tránsito de migrantes, ya sea por vía legal o ilegal.

La esperada reunión entre los presidentes de México y Estados Unidos Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden, respectivamente, tiene como marco un momento de “tensa cordialidad” entre ambas naciones; principalmente ante la negativa del mandatario mexicano para asistir a la Cumbre de las Américas a principios del pasado mes de junio, ante el veto emitido por la Casa Blanca en el sentido de excluir de la convocatoria a Cuba, Guatemala y Venezuela, países con los que López Obrador decidió hacer patente su solidaridad.

De acuerdo con lo señalado por el canciller Marcelo Ebrard, la agenda para la reunión bilateral de este martes contempla temas como la seguridad alimentaria, el cambio climático, la seguridad binacional, asuntos económicos y por supuesto, la migración.

Indudablemente, uno de los más evidentes contrastes entre los gobiernos de ambos países en el momento actual estriba en el ambiente político. El Presidente Biden enfrenta una severa crisis de popularidad. Diversos sondeos de opinión ubican la aprobación presidencial entre el 38 y el 40%. Los altos índices de inflación, los elevados precios de los combustibles y el advenimiento de una inminente recesión económica son algunas de las asignaturas que cobran cuota en la imagen del mandatario del país más poderoso del mundo.

En estos momentos, la administración Biden enfrenta el acoso de sus opositores republicanos en distintos frentes legislativos y territoriales, a grado tal de que decisiones de carácter progresista como el retiro de tropas en Afganistán o su postura en torno al control de armas ante la multiplicación de tiroteos masivos a lo largo del país, lejos de atemperar las críticas parecieran enardecer los ánimos de los sectores más reaccionarios de la sociedad norteamericana, que acaparan espacios de opinión e importantes posiciones de representación popular.

En contraparte, el Presidente mexicano López Obrador se encuentra en un momento cumbre de su mandato; sus niveles de aceptación se ubican entre el 60’y el 65 por ciento según diversos sondeos, y su partido acaba de alzarse con una importante porción de triunfos en las elecciones celebradas en diversas entidades a inicios de junio, convirtiendo a su partido, Morena en la franquicia electoral más exitosa del presente siglo. Su estilo desenfadado y sus reiteradas giras por el territorio nacional le han permitido incluso revertir a su favor episodios difíciles, como la pandemia del COVID, el estancamiento de la economía -a pesar de las cifras alegres que comparte en sus conferencias mañaneras- y la incesante violencia criminal. Dueño de la agenda nacional, López Obrador siempre encuentra la forma de culpar a otros de los grandes problemas nacionales, con la ventaja de que sus millones de seguidores le compran sin mayor cuestionamiento todos y cada uno de sus argumentos.

Y es probablemente ese nivel de popularidad el que ha envalentonado a López Obrador a soltar declaraciones estridentes, como la del pasado 4 de julio, cuando advirtió que iniciaría una campaña para desmontar la Estatua de la Libertad ubicada en la ciudad de Nueva York, en el caso de que el gobierno norteamericano llegase a ratificar la sentencia de 157 años en contra del periodista y activista Julian Assange. López Obrador aseguró que de no otorgar el indulto a Assange, la existencia de dicho monumento perdería todo sentido. “Van a quedar manchados”, remató.

Sin embargo, existe un terreno que se ha mantenido intocado al efecto de la popularidad lopezobradorista: la migración. A pesar de la proclamada implementación de programas enfocados al apoyo a las clases populares, a la recuperación del tejido social y al ataque a las causas de origen de la inseguridad, la realidad es que México sigue siendo un país altamente expulsor de migrantes.

El impacto mediático de las caravanas migrantes provenientes de Centroamérica, que han multiplicado su recurrencia y volumen en el último lustro, han relegado la migración mexicana a un segundo plano, pero de ninguna manera es un fenómeno que se haya erradicado.

Según reportes del área de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), desde el abril del 2020 las detenciones de migrantes mexicanos han mantenido un ritmo ascendente hasta llegar a las casi 88 mil ocurridas en mayo pasado.

A la par, el volumen de remesas enviadas por los trabajadores migrantes mexicanos han registrado un notable incremento, que de manera inexplicable son asumidas por el gobierno mexicano como un logro. El pasado mes de mayo cerró con una cifra histórica de remesas, al entrar al país más de 5 mil millones de dólares.

De acuerdo con instituciones como El Colegio de la Frontera Norte, los mexicanos continúan migrando a los Estados Unidos principalmente por motivos económicos; pero también se han sumado otras causas: familias que huyen de la violencia criminal en sus respectivas localidades, la pérdida de fuentes formales de empleo por causa de la pandemia del COVID y de manera creciente, otro tema de gran vigencia y preocupación: el impacto del cambio climático, que ha obligado a trabajadores agrícolas a buscar otros modos de vida ante la presencia de niveles históricos de sequía en distintas regiones del país.

Como reiteradamente lo ha manifestado, uno de los principales intereses del presidente López Obrador en materia de política exterior es defender lo que desee su óptica representa el mayor beneficio para los intereses de los mexicanos. Se ha manifestado partidario de lograr una mayor flexibilidad en la política migratoria del gobierno estadounidense, pero al mismo tiempo, ha expresado su interés en que Washington canalice mayores recursos a programas asistenciales que permitan que los potenciales migrantes permanezcan en sus respectivos países. Y es en ese punto donde ha defendido la pertinencia de sus programas sociales, a pesar de que, en los hechos, su aplicación no ha representado impacto alguno en los índices de migración de trabajadores mexicanos al norte del continente.

Un lamentable recordatorio de ésta realidad se registró el pasado 27 de junio, con el hallazgo de un camión remolque abandonado en un paraje cercano a la Base de la Fuerza Aérea Lackland en San Antonio Texas, en cuyo interior se encontró a 67 migrantes que fueron abandonados por una banda de traficantes de personas que trataban de llevarlos al interior del territorio estadounidense. Lamentablemente se trata del incidente migratorio más mortífero en la historia, con un total de 53 personas muertas y 12  hospitalizadas de gravedad.

Es en este marco en el que habrá de celebrarse el encuentro binacional entre los presidentes de México y Estados Unidos. Aunque en el ejercicio diplomático no tendría que haber vencedores ni vencidos, es evidente que cada mandatario acude al encuentro con sus respectivas agendas e intereses.

Aquí la paradoja para México es que la fortaleza del Presidente López Obrador puede representar a la larga un mayor riesgo para los intereses nacionales. Si el Presidente Biden se muestra demasiado condescendiente o débil ante el gobierno mexicano, ésto podría exacerbar los ánimos de los sectores más conservadores de la derecha estadounidense. Temas como el endurecimiento de la seguridad fronteriza, la imposición de mayores impuestos a las remesas y hasta la imposición de aranceles a las exportaciones  mexicanas podrían quedar fuera del alcance del gobierno demócrata de Biden, debido a su escaso margen de maniobra en territorios fronterizos como Texas, Arizona y Nuevo México.

La balcanización del discurso anti inmigrante es una ominosa realidad que flota en distintos sectores de la sociedad norteamericana, más allá de la obligada diplomacia de la relación bilateral.

A la par, mientas la violencia criminal y los escandalosos índices de extorsión no presenten una disminución efectiva, la posibilidad de que miles de migrantes mexicanos regresen a sus comunidades de origen se percibe lejana en el corto plazo.

Y tampoco podemos soslayar el entorno electoral que reviste para ambos mandatarios en manejo de la relación bilateral. Biden busca sin duda elementos para allegarse mayores dividendos entre el llamado “voto latino”, y López Obrador está en el ánimo de consolidar su discurso nacionalista, en el ánimo de capitalizarlo electoralmente en 2023 y 2024.

Estamos, sin duda alguna, en un momento de riesgos y oportunidades para ambos lados de la frontera.

Veremos y comentaremos.

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA:

Calle 13 (Puerto Rico) / “Pa’l Norte”

XTC (Inglaterra) / “Statue of Liberty”

Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio (México) / “Mojado”

Texas Tornados (Estados Unidos) / “A little bit it’s better than nada”

Por miguelaisidro

Periodista independiente radicado en EEUU. Más de 25 años de trayectoria en medios escritos, electrónicos; actividades académicas y servicio público. Busco transformar la Era de la Información en la Era de los Ciudadanos; toda ayuda para éste propósito siempre será bienvenida....

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