
DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro
Gran revuelo han causado en distintos medios y en las redes sociales la serie de denuncias que se han lanzado en contra de la administración de la cadena mexicana de restaurantes Sonora Grill por prácticas de discriminación en contra de clientes y empleados.
Desde hace algunos meses, cuentas como la denominada Terror Restaurantes MX en Twitter se han convertido en una auténtica pesadilla para los empresarios del sector de la gastronomía y los servicios de hospitalidad, al exponer testimonios en los que se denuncian malos tratos al público por motivos raciales, de imagen y por causa del evidente clasismo con el que actúan sus dueños y operarios.
Por supuesto que más allá del enojo y la indignación que provocan episodios de este tipo, es imposible soslayar una ineludible realidad: en México entero se discrimina, por causas diversas, todos los días.
Por motivos étnicos, de género, de clase social, de religión o hasta de preferencia política, los mexicanos hemos hecho de la discriminación un deporte nacional, al que hemos normalizado en distintos frentes de nuestra vida cotidiana. Al más puro estilo de la dialéctica cantinflesca, nos pregonamos iguales… pero siempre terminamos remarcando que hay mexicanos “más iguales que otros”.
Aún para quienes tienden a glorificar nuestro pasado precolonial, habría que advertirles que nuestros heroicos pueblos prehispánicos discriminaban de lo lindo, a grado tal de qué en civilizaciones como la azteca o la maya el destino de los individuos venía marcado desde el nacimiento; siendo la vía de la violencia la única forma de escalamiento social. Del sistema de castas establecido en el México Virreynal, pues ya de plano mejor ni hablamos.
Sin lugar a dudas, uno de los aspectos que hacen más chocante la discriminación en nuestro entorno actual es cuando alguna persona o empresa abusa de su posición de poder para obligar a otros a discriminar. Tal y como es el caso de restaurantes, antros y centros comerciales “de alta gama”, en los que cotidianamente vemos a humildes empleados sometidos a la necesidad de aplicar políticas restrictivas de todo tipo con tal de preservar su empleo.
Ésta dinámica opera en una forma tan perniciosa que termina acrecentando el rencor social entre iguales. Y que lance la primera piedra aquel que no haya mascullado un “pinche naco” (aunque sea para sus adentros) en contra del cadenero de ese antro de moda que nos negó el acceso bajo el pretexto de no ir en pareja, calzar tenis, o en el caso de ella caballeros, por no usar corbata.
De todo hay en las discriminatorias viñas del Señor…
Aún en espacios de supuesto privilegio, vemos conductas discriminatorias que son utilizadas para justificar ciertos privilegios. Aún recuerdo en mis épocas de reportero cuando se restringía el acceso a ciertos eventos o coberturas “sólo para medios nacionales” -por ejemplo-, o en los términos actuales, como se pretende dar valor a ciertos personajes en función de su número de seguidores en redes sociales como Twitter o Instagram.
Y al igual que ocurre con otras conductas antisociales, el principal escollo para emprender el camino rumbo a erradicar la discriminación radica en el hecho de que tendemos a normalizarla.
Por eso damos por hecho que determinados usos, costumbres o hasta atuendos son propios de “chairos” o “fifís”, calificamos arbitrariamente la “decencia” de las mujeres en base a su forma de vestir o aseguramos con pretendida autoridad moral que determinados géneros musicales o son “de mariguanos”. Antes aplicaba para el rock; ahora le imponemos el estigma al reggaetón o a los corridos tumbados. Por mi raza hablarán los prejuicios…
Nos queda un largo camino por recorrer. Y por incómodo que resulte asonarnos al espejo de nuestros propios sectarismos, debemos comenzar por reconocer que, lamentablemente, en materia de discriminación, todo México es, de una u otra manera, territorio #SonoraGrill…
Triste, pero cierto.
Twitter: @miguelisidro
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