
POR: LORENA GONZÁLEZ
Todos nos transformamos con el tiempo, solemos aferrarnos a respetar una identidad elegida o impuesta, no importa; nos instalamos en lo que somos y se acabó, lo que intente modificarnos es enemigo.
La realidad es que cambiamos y es natural, hablamos de fluir, dejarnos llevar, ser compasivos con nosotros mismos y muchas intenciones que se vuelven verborrea hasta que un día sucede en serio: nos aceptamos.
Y no me refiero a reconocer que un pantalón ya no nos cierra o que ya no lucimos igual que en la foto de hace 6 años. No. Hablo de aceptar esa voz que siempre tuvimos oculta, la de la infancia, el dolor, la duda y el temor.
Pienso esto al recordar cuando conocí a mi mejor amiga, o eso creí. 18 años no han bastado para descubrir quién es realmente.
Veo diferentes algunos de nuestros recuerdos, como cuando me dejó maquillarnos para una boda a pesar de no querer hacerlo o cuando su tinte azul dejó un rubio dudoso en su cabello y me pidió que lo pintara de nuevo. “No importa cómo quede, tú tápalo”, dijo.
Confió en mí y ahora me siento un poco tonta por no entender antes, por no notar que algo ocultaba o gritaba de mil formas menos con la voz. Es aquí donde me doy cuenta de que miles pasan por lo mismo, se ocultan, se rechazan, intentan pertenecer a una sociedad silvestre que aún habla de “ellos” como gremio y no como un todo.
Pero el avance es bueno. Cada vez son más los que han cambiado los secretos por decisiones y se han instalado en el lugar que los esperaba.
Celebro esos cambios y hoy entiendo que escuchar no es suficiente, todos tenemos una pequeña caja de Pandora dentro y abrirla es más liberador que catastrófico.
Es cierto, nunca fue mi mejor amiga porque es y siempre ha sido mi mejor amigo.
Chao Sara, bienvenido Isaac.
Para comentar debe estar registrado.