Foto de Priscilla Du Preez en Unsplash

Hoy ya no sabemos hablar, porque no sabemos escuchar.
—Jules Renard

A veces escribo porque tengo algo que decir, otras porque quiero contestar a lo que oigo, leo y encuentra eco en mí.

Si me has leído, sabes que puedo ser tan cursi cursilera como  fea feyera… Así como soy  diario pues, navego de  un extremo al otro y sí, de repente caigo en el abismo del fin del mundo.

No sé todavía en qué tono vaya a salir este texto, lo único que puedo asegurar es que se trata de una respuesta, no, mejor dicho, de un diálogo, aunque mi interlocutora no me oiga todavía.

Acabo de leer las consideraciones de Vonne Lara sobre su relación con ciertas facetas de ciertas religiones y tuve ganas de gritar: ¡sí, yo también, nomás que no así!

Empieza ella deseando que Dios la perdone por sus fracasos como feligresa y pienso, de inmediato, que si ese dios con el que habla es de los que no perdona, pues con él no quiero dialogar. Y me corrijo, de manera casi tan inmediata, porque Lara escribe a menudo desde el sarcasmo, tal vez, con suerte, sea ésta una de esas ocasiones.

Me es muy difícil a veces separar a Dios, ése al que le pongo mayúscula, de sus religiones, lo necesito racionalizar, porque me gana lo visceral, la historia personal y mundial, la inquisición pasada, la yihad actual y las miles de sectas religiosas llamadas universales llevan lo más agudo de mí a brotar y a inundar espacios.

De niña, Dios era religión así como religión era Dios. Íbamos en casa a Misa de Gallo, sagrado momento, exquisito porque un tiempo cantábamos mi papá y yo, yo en el coro, y él desde su lugar en medio de las bancas, con su voz poderosa. De esos tiempos de voces resonando en la parroquia nacen mis primeros cuestionamientos, mi papá le cambió la letra a la canción que entonaba porque decía “Dios nunca nos pidió que viviéramos de rodillas ante él, y por eso mi canto anuncia que estamos de pie”.

“De niña mi abuela me llevaba a la iglesia adventista. Desconozco la historia de cómo ella llegó a esa religión, pues provenía de una familia católica. Me gustaba ir a la iglesia, lo que más me divertía eran las historias que nos contaban las maestras en “la escuelita”; es decir, el salón para niños en donde daban las lecciones bíblicas. En una pizarra de fieltro iban poniendo a los personajes de la Biblia hechos con peyón coloreados con gran esmero y talento. Dios era representado de diversas formas: un remolino de fuego, una nube brillante, un cúmulo de viento y haces de luz.”

Me gustaba ir a la iglesia, así como a Vonne, me gustaba la enorme cruz sencilla sobre fondo blanco aquí en México, la estatuilla blanca de Santa Ana en Bretaña y la solemnidad de los ritos. De hecho hubo un tiempo en el que parecía que vivía en nuestra parroquia, andaba de guía de niñas exploradoras, -junta los jueves y actividades los sábados-, en el coro,- ensayo los lunes y misa el domingo, y luego una que otra boda, me tocó cantar el Ave María en dos de ellas-, y de secretaria del para el catecismo, -lunes, miércoles y viernes. No andaba allí por amor a la religión, era porque no había entrado a estudiar y no sabía que hacer conmigo. De hecho, de ese tiempo data mi alejamiento, mi enojo con la religión católica: me tocó ver de primera mano cómo las mujeres, —la más alta guía de los scouts, Amelia, las religiosas, vamos hasta las feligresas— desaparecían por completo ante los hombres, los padres y curas.

Me di cuenta también, porque entre más piensas más se acostumbra tu cerebro a hacerlo, que si mis papás no comulgaban era por mi papá era divorciado. Todavía podría, creo, haber aceptado el castigo a mi papá, pero mi mamá ¿qué? No sé si ellos hayan sufrido por esa segregación dentro del rebaño, o sea, “¿Sí puedes cantar y tus hijos sí pueden hacer la primera comunión, pero no se te ocurra acercarte a las hostias? No sé si se sintieran culpables de pecado capital, si pensaran en el infierno, mientras seguían persignándose en el momento adecuado y macando de una cruz la frente de sus hijos en signo de bendición. No sé.

Ya luego iría abriendo mi mente un poco más, al enterarme del señor que no comía salsas los viernes de cuaresma, pero que se acostaba con todas, hasta con su mujer, de la que comulgaba religiosamente, pero que despedazaba velozmente a quien se cruzara por su camino verbal… Sí, no es culpa de la religión que sean seres humanos los que las sigan, pero caray.

Era además una parroquia que funcionaba  a veces en español  y otras en francés, para misas, catecismo y confesiones, algunos padres no hablaban bien español, y  la segregación era evidente, ir a misa en español era considerado como una traición a la comunidad francesa. Yo, que nunca he estado a gusto en ninguna nacionalidad, lo resentía profundamente.

“Muchos otros pequeños detalles impidieron que me sintiera parte de esa iglesia que me presentó a Dios; quizá lo único relevante de haber asistido por años a ella. Y es que, aunque no profese esa religión, sin duda las lecciones en la escuelita, el estudio bíblico y mi propia abuela, marcaron a fuego mi concepción de Dios y de la vida. En esa etapa cuasiadventista oraba con fervor, estudiaba las lecciones del día en un librito que mi abuela me compraba cada mes, aprendía versículos, hacía dibujos, iba al taller bíblico, y todo esto lo disfrutaba en verdad.” 

La biblia… Ésa me la sé de memoria, pero probablemente más por películas como Ben Hur y Los diez mandamientos que por haberla leído. De hecho leer la biblia vuelve  a erigir en mí todas mis defensas contra lo absurdo y mis banderas feministas agarran un vuelo, que para qué te digo.

“Mi idea absoluta de Dios tomó un giro cuando, a pesar de que iba asiduamente a la iglesia adventista con mi abuela, mi madre tuvo la extraña idea de que hiciera mi primera comunión. No sé cómo le nació la idea; bien pensado parece que cada generación reniega de la anterior en asuntos espirituales —también yo cumplo la regla—. Así que, aunque jamás habíamos ido a una misa católica, mi mamá me llevó al catecismo —a esas edades uno no recibe explicaciones sino indicaciones y órdenes—.” 

Entiendo, con mi pensamiento educado por mí, lo cual no puede parir más que ideas arbitrarias y prejuiciosas, que la religión, las religiones, son inventos del hombre y que por ende, tienen cualidades y defectos humanos. No entiendo que, al pasar de los siglos, no hayan cambiado, que la diferencia entre géneros sea tan flagrantes, más o menos según la religión, también lo entiendo, pero ahí está.

Prefiero de manera abstracta y racional, las religiones que incluyen a varios dioses, que les dan rasgos humanos, porque finalmente los dioses están pensados a nuestra semejanza, que mandan a Zeus a acostarse con todos, a Tláloc a inundar las ciudades en las que se pide agua gritos,  la que le presta al Buddha una sonrisa plácida, feliz, apacible, o las que hablan con la Madre Tierra. No soporto, no me cabe en la mente un dios iracundo, lanzando relámpagos sobre sus fieles y castigando a diestra y siniestra, amenazando siempre con un bastón infernal o mostrando a lo lejos una zanahoria paradisiaca.

“Cuando el padre dijo “Ave María purísima…” y me quedé en silencio me observó con severidad a través de la ventanita del confesionario. Continué en silencio con el corazón saltándome en el pecho cada vez más fuerte porque al paso del tiempo él agudizaba la dureza de su mirada. Yo no sabía que confesarse fuera tan difícil y de pronto él por fin dijo “¿Por qué no contestas nada, niña? Se dice: ‘Sin pecado concebida’”. Obedecí aunque no sabía qué significaba aquello. Asintió molesto y continuó: “¿Hace cuánto que no te confiesas?”. Cuando le dije que nunca salió del confesionario exasperado y me dijo “¿Y qué haces aquí? Esto no es un juego”. Me ordenó que saliera de la casita esa en la que se confiesan los de esa iglesia.”

Me he confesado una vez en mi vida, cuando la primera comunión, y, al igual que Vonne, no supe qué decir,  ni cómo. El padre no se enojó, pero me juré que jamás de los jamases volvería a pasar por algo así. Y la verdad, si empezara a creer en ese dios de la religión católica, pues no tengo porqué confesarle nada a nadie, ya sabría él qué onda con mi corazón, sabría antes que yo casi si hay arrepentimiento o sólo flojera de pensar más. Así que aun en mis tiempos de asiduidad parroquial, no volví a comulgar. Me persigno al entrar a las iglesias, por bodas o por turismo cultural, porque  finalmente son  lugares de culto, lugares a los que van personas que necesitan, que aman a un Ser Superior en esos lugares y espero, afuera también. Uno de mis hijos se exclamó algún día: “Ya sé para qué sirven las iglesias, son para los que no saben que dios está en todas partes”. Opino igual en lo que tiene que ver con hablar con un Ser Superior, pero sí, reconozco que una iglesia vacía calma espíritus y corazones, he ido a llorar en varias de ellas.

“Dejé de ir a la iglesia adventista en algún punto de la adolescencia porque nos mudamos de ciudad. Además a mis padres, quién sabe entonces por qué, les entró la moda de asistir a misa cada domingo. Jamás le tomé aprecio a las misas, los padres me parecían antipáticos y aburridos, las interpretaciones de la Biblia me parecían pobres y los sermones adoctrinantes y cuadrados. Me sentía jaloneada de nueva cuenta, la versión Católica de Dios, de Cristo me pareció cursi y lejana; el asunto de los santos, y ya no digamos el culto a la Virgen, me resultó bastante problemático. Quizá porque no los conocí mediante fascinantes relatos con muñecos de peyón. Además, los católicos tienen un intrincado organigrama de deidades y un apego a los objetos que me resulta cuestionable. Representaciones en piedra, en madera, en oro; figuras específicas que son más milagrosas que otras. Aquello me resonó, en mi formación adventista sin altares ni objetos sagrados, cercano a la idolatría. 

Mi abuela sigue siendo adventista, mis padres dejaron de asistir a misa y años más tarde se hicieron cristianos. Con mi primer esposo conocí un lado más complejo y profundo del catolicismo; descubrí que más allá de la idea acartonada de la Iglesia Católica, hay una doctrina que puede tocar el corazón y encaminar a las personas a ser espirituales y justas con sus semejantes. Que, dada nuestra pobre condición humana, esos ya son temas mayores. 

La fe sigue siendo un tema central en mi vida, no así las religiones, de las cuales nunca me sentí parte aunque las conocí de cerca, no solo las dos que mencioné, sino otras a las que me acerqué con verdadero interés. Siempre hay algo que no termina de encajar; antes pensaba que eran los ritos, los dirigentes, las imágenes, ahora sé que soy yo. Quizá porque se me da mejor la rebeldía que la feligresía.

De cualquier forma de lo que sí me he sentido parte es de Dios, y, como decía al inicio, ojalá me perdone por mi fracaso en las religiones. Aunque esto ya lo sabe, está al corriente de mis asuntos, y no por omnisciencia sino porque, a pesar de mis tumbos religiosos, jamás se ha interrumpido nuestra comunicación.”

Y por todo esto es que le contesto a Vonne. No por discutir, creo que de manera general por reconocer el camino de búsqueda de otra persona, por compartir y seguir avanzando.

Mi hija hizo su primera comunión, imagino que influenciada por sus amigos en la escuela. Y la acompañé en cada paso, dando gracias (a dios no, así nomás, gracias)  de que no hubiera escogido otra religión, por lo menos la católica sí me la sé. Fui a catecismo con ella, y en las discusiones sobre la biblia, no le di jamás mi brazo a torcer a la catequista de adultos, quien era, por otro lado, una persona extremadamente gentil.

A mis tres hijos los bautizamos. Todavía no me queda claro por qué, chance una suerte de superstición, mejor llevar un suéter que no vas a usar, que pasar frío, o por un crear festejo oficial de su nacimiento. Ora sí, que “sabrá dios”… Eran tiempos también en los que buscaba todavía qué y cómo era yo, llevo poco sabiéndolo un poco más.

Alguna vez le escribí a dios, no recuerdo si con mayúscula o sin ella, para decirle que estaba cansada y que cuando me tocará no me preguntara por qué, total si tan omnipotente es, pues ya lo sabría: Cuando  me pida cuentas, no sé ni qué le voy a decir…”

Y sí, lo he maldecido, cuando la crueldad de la vida y el oportunismo de la muerte me encabritan. Es bueno poder maldecir a alguien, sale más barato que aventar platos contra las paredes.

Pero yo, en general, hablo con “Seres Superiores”, con mis muertos, aunque pertenezcan a generaciones que nunca conocí, y me cae que me contestan. Ellos viven en mí, alrededor de mí, y yo igual, con ellos.

Tal vez sea ése el dios que me corresponde…

PD: Leer el texto completo de Vonne Lara es, obviamente, enriquecedor. Lo encuentras en su blog, Vonne Lara, Ensayos y Viajes siguiendo esta liga

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