DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro

En el año de 1930, Sigmund Freud, “el Padre del psicoanálisis” dio a conocer un ensayo que forma parte de sus escritos enfocados al campo de la psicología social: “El Malestar en la Cultura”.

En dicho trabajo, el neurólogo de origen austriaco analiza los antagonismos y contradicciones entre los cánones impuestos por la cultura occidental y las pulsiones naturales del género humano.

Según su apreciación, la cultura funge como una especie de camisa de fuerza que regula los patrones de conducta, estética y concepción del mundo exterior bajo convencionalismos sociales rígidos, como una forma de contener la proclividad de las personas hacia sus instintos más elementales y primarios: el deseo sexual, el impulso a la destrucción y las obsesiones en torno a la muerte. 

Considerada como una de las obras fundamentales de la sociología moderna, “El malestar en la cultura” enfatiza que en la medida en que el pensamiento rrr occidental se extiende entre las masas, en los individuos se genera un malestar en torno a su capacidad para adaptarse a estos convencionalismos, generando con ello un mal moderno: el sentimiento permanente de culpa.

Obviamente es importante poner en contexto la obra de Freud, cuya carrera repuntó en el entorno de una Europa convulsionada en plena transición entre las dos guerras mundiales, y en pleno ascenso de los regímenes fascistas que después conformarían el Eje Berlín-Roma-Tokio.

La ex- Unión Soviética se encontraba en plena etapa de consolidación, con los resultados que el orbe resentiría durante y después de la Segunda Guerra Mundial y la llamada Guerra Fría.

La primera mitad del siglo XX fue tan vertiginosa como violenta. Teniendo como telón de fondo los grandes conflictos bélicos de corte internacional, el intercambio de información se fue masificando y trajo consigo una auténtica revolución del pensamiento. En un solo siglo pasamos de la producción y consumo en masa a la era digital, con todas las amplias oportunidades y retrocesos que ha implicado.

Es por ello que ahora nos encontramos en un nuevo escenario donde la producción cultural va de la mano de la mercadotecnia y los fenómenos del entorno popular se pueden convertir en tendencias globales, incluso sin proponérselo. ¿Hace veinte años alguien se habría imaginado el éxito global de un género como el reggaetón, o que habría artistas latinos encabezando los rankings de popularidad en países  no hispanohablantes? ¿O que el rock pasaría a segundo -o incluso a tercer término- siendo rebasado comercialmente por un fenómeno tan impredecible como el K-Pop?

Sin embargo, me atrevo a señalar que éstas nuevas modalidades de consumo y difusión, aunadas al surgimiento de nuevas mentalidades y manifestaciones culturales han traído de la mano un estado anímico diametralmente opuesto al sentimiento de culpa: llegamos a la era de la obsesión por la autoridad moral e intelectual.

Más allá de la necesidad de sujetarnos a convencionalismos sociales, ahora nos enfrentamos a una tremenda ansiedad por la aceptación, por la inclusión. Nos perturba a sobremanera lo que no es “políticamente correcto”, al menos desde nuestra particular percepción del mundo.

Es por ello que ahora se generan intensos debates en redes sociales acerca de asuntos de género, inclusión o justicia social. Todos creemos tener motivos para aceptar o censurar de qué raza deben ser los superhéroes o los personajes de historias infantiles; si un beso entre dos personas del mismo género es correcto en determinados contenidos o no. Y ahora vemos a la industria del entretenimiento tratando de asignar cuotas en todos sus productos: póngame aquí a un superhéroe latino, por este lado a una cantante de género fluido, y en aquella repisa colóqueme a una figura intelectual o científica que en su época haya sido cuestionada por sus preferencias o modos de vida. La premisa es lo de menos, lo importante es que todos queden más o menos representados y, si se puede, contentos…

Y es en ese marco donde vemos acalorados debates sobre asuntos tan “relevantes” como si el Grupo Firme es una expresión o no de la cultura popular que debe ser proyectada en espacios y medios del Estado, aunque le hayan dedicado toda una oda laudatoria en forma de corrido a Ovidio Guzmán; si es correcto que el Presidente de México presente una iniciativa para pacificar a Ucrania, cuando su gobierno no ha sido siquiera capaz de detener las balaceras en Zacatecas o Michoacán;  si la Sirenita de Disney debe ser pelirroja, afroamericana o amarilla como Los Simpson para no irritar a nadie, o sentirnos con la autoridad suficiente como para decidir cuando una filtración periodística es buena o mala, cuando al final del día, en nuestra historia contemporánea le debemos más a los “periodicazos” al hocico de los poderosos que a la presunta “buena voluntad” de gobiernos, corporaciones o partidos políticos…

Definitivamente, si el Padre del psicoanálisis hubiese visto la luz en nuestros días, a estas alturas ya sería todo un influencer o una celebridad de Tik Tok, y toda su obra estaría desplegada en un podcast de la onda “mind wellness”…

Tal parece que en estos tiempos de alta polarización, relaciones sociales tóxicas y sensibilidades tan resistentes como el unicel, sólo los queda acogernos a la filosofía del gran humorista norteamericano Groucho Marx; abrir nuestros brazos y decir a los cuatro vientos: “Señoras y señores, éstos son mis principios. Pero si no les gustan, tengo otros”.

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA:

Rockdrigo González (México) / “El Campeón”

Código FN (México) / “Soy el ratón”

Neto Peña(México) / “Lo fácil es difícil”

El Gran Silencio (México) / “Mundo Paranoia”

Por miguelaisidro

Periodista independiente radicado en EEUU. Más de 25 años de trayectoria en medios escritos, electrónicos; actividades académicas y servicio público. Busco transformar la Era de la Información en la Era de los Ciudadanos; toda ayuda para éste propósito siempre será bienvenida....

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