Andor de Disney+, es algo más que una historia de Star Wars. Es el paso definitivo hacia una madurez inteligente, sofisticada y bien construida de la saga. Con un estilo tenso y brillante, es, también, la mejor producción de las series de LucasFilm hasta la fecha. 

En Andor de Disney+, la tensión es palpable. Desde el primer episodio — una brillante narración en paralelo del pasado y el presente — es evidente la ambición del guion. El creador Tony Gilroy, desea contar solamente la historia de Cassian Andor, rebelde convertido en un ícono trágico. También, desea explorar la percepción acerca del poder, la corrupción y el gigantesco aparato de violencia que es el Imperio. 

Por primera vez, Star Wars se permite explorar en la estructura del régimen autoritario que somete a una galaxia, muy muy lejana. Lo hace, con una construcción de la tensión que desconcierta, por alejarse de cualquier otra historia sobre el universo de George Lucas. Por si eso no fuera suficiente, por crear un relato con peso y sustancia propia, que deslumbra por su pulcritud y en especial, la precisión de su narración. 

La serie, que comienza de forma sutil, se enfoca en Andor (Diego Luna), un hombre sin pasado que termina casi de manera fortuita, en una situación desesperada. Pero la premisa, que podría parecer tópica en manos menos hábiles que las de Gilroy, se convierte con rapidez en una narración atmosférica y violenta. 

Una historia de suspenso, dolor y tensión en el universo Star Wars 

Con el ritmo de Contacto en Francia de William Friedkin — de la que hereda la estética sucia y oscura — el relato se construye con cuidadas piezas. A diferencia del ambiente atemporal de The Mandalorian o la ingenua puesta en escena de Obi Wan Kenobi, Andor opta por lo tenebroso. La producción se desarrolla en el mismo estrato, pero en un extremo tan herido, roto y devastado que la diferencia es completa y radical.

Es la primera vez que Star Wars abandona el sentido del humor. También, sus pequeños guiños al entretenimiento en estado puro, casi infantil. De hecho, si algo define a la serie, es su aire severo e introspectivo. Desde la belleza salvaje y efímera del planeta Kenari, hasta el desértico Ferrix. El argumento reinventa Star Wars desde un punto por completo nuevo. Un recorrido por la devastación, de una guerra reciente, de la violencia silenciosa que invade cada lugar y estrato. 

Para Andor, es de considerable importancia profundizar en la resignación. Un sentimiento tan total y pesimista que hace de los primeros dos capítulos de la producción, un estudio sobre el dolor colectivo. También, toma decisiones brillantes y por completo novedosas en la franquicia, al incorporar el sentido de la pertenencia en la historia que narra. En Andor, todos los personajes son de alguna forma refugiados. Seres destruidos por el peso de una herida a gran escala que no pueden superar. 

Gilroy, que ya demostró su habilidad para personajes y escenarios torturados en la saga Bourne, impregna a la serie con una melancolía discreta. La República cayó, la vida cambió para siempre y las víctimas anónimas, intentan sobrevivir como pueden. Lo logran, en medio de escombros, del terror de saberse asediados y perseguidos por un tipo de poder del que nadie podrá escapar. Una certeza que pesa sobre cada diálogo, escena e hilo narrativo. 

Los rigores del poder corrompido se muestran en todo su horror en Andor 

Si algo sorprende en Andor, es la deconstrucción del Imperio como un sistema corporativo parcialmente eficiente. Uno, con todo tipo de burócratas que tratan de adecuar y refinar métodos de dominio sofisticados. 

Pero la noción de lo miliciano es limitado y restringido a guardias y una tropa mal entrenada. Por primera en una serie de Star Wars, los Stormtrooper están ausentes. En lugar de su familiar presencia en armadura blanca, hay grupos de asalto más organizados que tratan de adecuarse a un sistema recién instaurado. 

Gilroy permite a la serie construir sus propios códigos y un sentido de la realidad tan poderoso como para resultar claustrofóbico. Lo hace desde sus primeras escenas. Cassian, que se ve envuelto en una circunstancia que le llevará a la persecución y al miedo, muestra la región de los sobrevivientes de la saga. 

Poco a poco, la historia narra el pasado doloroso de su personaje, pero a su vez, define al resto. Con un pulso narrativo impecable, la serie logra ensamblar el relato sobre Cassian como personaje, con el de la sociedad en la que creció. La destartalada Ferrix, enclave minero, es también un espacio de solidaridad silenciosa y angustiada. 

Andor se aleja por completo del mapa de lo épico. Pero no abandona lo ideal y lo heroico. En lugar de eso, lo lleva a un estrato dolorosamente humano, falible, destrozado por una tragedia antigua de la que muestra las consecuencias. La serie está mucho más enfocada en las historias pequeñas que en las grandes gestas trágicas. Lo cual podría suponer un dilema — después es de todo, es la historia de origen de un héroe — de no ser por su ingenioso guion. 

Andor, rehénes de un poder violento 

Luthen Rael (Stellan Skarsgård) es quizás el personaje que mejor muestra y encarna la capacidad de Andor para la duplicidad. Las primeras escenas le muestran como un veterano en la trampa, el engaño y la supervivencia. Las siguientes, como un personaje ajeno, inexplicable pero después, de asombrosa solidez. El actor crea un puente entre la rebelión atomizada y levemente caótica, con otras regiones, más poderosas y mejor organizadas.

En ese tránsito, Andor encuentra todos los matices que necesita para convertirse en una producción madura, brillante, ágil, con un espíritu propio. Al otro lado del espectro, se encuentra Mon Mothma (Genevieve O’Reilly) el ya icónico personaje de Star Wars. Esta vez, se convierte en centro de su propia tragedia. La Senadora está atrapada entre dos extremos del poder. Una víctima que lleva a cuestas la culpa, que muestra el Coruscant elegante, con aires de emblema del poder control. Al otro lado, también es la mujer que desea un objetivo, que busca la manera de sostener su convicción. “Corro riesgos todos los días” dice a Luthen Reed. “Pero son necesarios, inevitables, nadie los correría por mí” añade. 

El tiempo y el miedo, elementos de enorme interés en Andor 

Durante sus primeros episodios, la serie descubre sus secretos con cuidado. El asedio del Imperio es total, brutal, imposible de eludir. Un sistema que extiende sus redes en espías y vigilancia constante. Con la atmósfera paranoica de los grandes films de suspenso de la década de los ’70, la serie explora la conspiración desde sus extremos. La forma en que se transmite la información, la manera en que los sobrevivientes deben afrontar el riesgo constante de morir. 

La historia de Cassian, que resulta reclutado por la rebelión casi por accidente, se basa en la desesperación y el miedo. El personaje es una de las tantas víctimas anónimas que un sistema fascista sin límites ni oposición, destrozó. El niño que fue Cassian, salvó la vida de un cataclismo total. La muerte le marcó, le dejó heridas que de adulto, muestra a través del desdén por cualquier causa. 

Pero Cassian sabe que el Imperio debe ser destruido. También, que su contribución será poca, quizás no demasiado significativa. Con sensible deferencia a la icónica Rogue One, Gilrey anuncia al mártir de sus principios que se inmolará por una convicción sin dobleces. Es entonces cuando la serie alcanza sus mejores momentos. La lenta transformación de Cassian no es aparente, obvia o apresurada. 

Durante la mayor parte de sus primeros episodios, el personaje titular es un renegado, un marginal entre marginales. Una silueta sin futuro que, además, sabe el costo de las pérdidas. El brillante guion se toma el suficiente tiempo para delinear a un hombre torturado, aplastado por el desencanto de una tragedia mayor. Pero no lo convierte en víctima o tampoco, en un renegado cegado por la furia o el desencanto. En realidad, es un espíritu subversivo, que solo necesita el impulso de un objetivo para continuar. 

Uno de los puntos más altos de Andor, es su interés por la narración desde los ojos de sus ejes centrales. El relato atraviesa a todos los personajes y termina por sostener una historia coral sólida y concisa. Cassian, más que un hilo conductor, es un testigo silencioso de algo mucho más grande y brutal. El Imperio es un monstruo que devora con voracidad planetas, pueblos y culturas. Lo hace con la impunidad violenta de un régimen totalitario apoyado por complicados estratos de poder. 

En medio, la resistencia comienza a formarse. Pero por el momento, se trata solamente de células independientes y desordenadas. “Todas son lo mismo” se queja en voz baja, el cínico Cassian. No obstante, la resistencia es mucho más elaborada que solamente una oposición instintiva al poder que aplasta. 

Pronto, se revela como vínculos entre todos los puntos del descontento en un mapa cuidadoso de relaciones y una peligrosa complicidad que se sostiene con precariedad. La mayor promesa que Andor intentará cumplir en sus capítulos finales y que es probable le convierta, en la producción más poderosa de la franquicia Star Wars. 

Por Aglaia Berlutti

Bruja y hereje. A veces grosera y quizá demente. Fotógrafa por pasión, amante de las palabras por convicción. Firme creyente en el poder del pensamiento libre.

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