Escrito a cuatro manos, dos cerebros y dos corazones Susana Argueta y Gwenn-Aëlle Folange
Dos voces en el Centro (Ciudad de México)
María, te llaman
He estado yendo mucho a la CDMX, al centro en específico. Que si la expo, que si la comida, las compritas, las comprotas.
María, te llaman
María. Como nuestra Madre Bendita.
María como Guadalupe. María sin rostro, sin nombre, sin tierra.

Y siempre me extasío frente a sus monumentos, la belleza del cielo que se deja entrever, el gentío que hay. Las calles están limpias, la circulación relativamente ordenada. Se nota que hay trabajo detrás del orden que está empezando a imperar.
Aunque… Aunque no sé bien a qué precio.
María de los pies descalzos y los niños pegados al pecho.
María de telas bordadas y faldas coloridas.
La tercera vez que fui, había mucha gente de pie con cartulinas que todas ponían más o menos lo mismo: Déjennos trabajar.
Y me conoces, claro que pregunté: resulta que no permiten que los de la Plaza de los lentes repartan propaganda o inviten a la gente a visitarla.
Mí no entender. Es cierto que son un montón, pero igual hay un montón de gente haciendo señas para que entre uno a su restaurant o a su tienda de vestidos. Es cierto que algunos son extranjeros, pero vamos, muchas de las tiendas del centro fueron, y siguen siendo, de inmigrados. ¿Ton’s? ¿Por dónde va el asunto? ¿No me hagas desorden,-muy relativo-, tan cerca del zócalo? ¿O no me hagas ruido? ¿O les agarré saña, nomás porque sí?
María-morenas, María-benditas.
María madre de niños descalzos y miradas tristes.
Otro día, mientras instalaban unas monumentales catrinas de cartón que estaban absolutamente hermosas, sonaba música de la que llamamos ”mexicana”, por decirte que me emocioné y transmití en vivo a Face, grité Viva México aunque ya no fuera 15 de septiembre y se me llenaron los ojos de patrióticas lágrimas. Ya pasada la euforia de la extraña turista mexicana que soy, vi que se trataba de una protesta de indígenas mazahuas, traían cartulinas: “Déjennos trabajar”… Igual que los vendedores de espejuelos de la semana anterior.
Mí seguir sin entender y mí no repetirte mis cuestionamientos[i].
La última vez que fui, descubrí con rabia y algo de aversión hacia el gobierno (tantito más del que siento en general) que la situación había evolucionado.
Ya no había pregoneros de nada.
Y a los mazahuas, que luego vi que son parte dela Comunidad Mazahua dela Ciudad de México, los dejaron poner su mercancía en el piso, cerca de los arcos del Zócalo, pero los cercaron con cinta amarilla policiaca, la de “Precaución, Prohibido el paso”. Policías por todos lados, uno de ellos hasta haciéndola de poste para sostenerla cinta. Todos muy tranquilos, platicando, sin agresión, nada, sólo ahí, de pie, cuidando el orden.
Mí ora sí entender. Mí ver que el gobierno (no importa cuál sea) dejar a indígenas tras rejas por ser ¿un peligro? ¿Un fastidio? ¿Qué?
Mí creer y ver un cierto dejo de hipocresía por parte de quien manda: “No los dejo vender en la vía pública pero no me aviento un desalojo, así todos felices y tranquilos”.
Mí ver que gente de todas maneras comprar, ellos pasar mano por encima de cinta y pagar por maravillas, arte-sanía mazahua.
Mí saber, por otro lado, que los mazahuas, los triquis, los otomíes, los nahuas, y todos, no vienen aquí a vender su arte-sanía porque de repente deciden que están hartos de su pueblo.
Vienen porque aquí está el turista que compra, uno. Y dos, porque en el campo no hay agua para sembrar papa, no hay tierra para sembrar frijol. Y no hay porque se les ha ignorado, no me vengan con los programas del gobierno, la mayoría los veo como dedos tratando de tapar al sol,-no se vaya a deslumbrar algún diputado-, y porque los narcos los obligan a sembrar amapola.
María de la espalda rota en la siembra.
María de trabajo de sol a sol.

Tienen que escoger entre recolectar la pasta negra de la flor blanca o vender sobre el asfalto, entre que se lleven a las niñas del pueblo o sufrir humillaciones por policía metropolitana.
Y no te menciono a la pareja de ancianos que sí se queda en el pueblo, que tiene su parcela pegadita a la carretera nueva y que pasa varios días sacando la mala hierba a mano porque no hay ni para comprar un escardillo, que el rojo ya se rompió.
María mujer de cabellos largos y trenzas con polvo de milpa.
De regreso a casa, fuimos testigos de cómo un joven policía detenía a una familia, abuelos, padres y niño en brazos que iba para el Zócalo. Traían bolsas grandes y los oí explicar que iban a La calle de República de Brasil, es sabido que ahí se venden muchas baratijas, y que por eso las bolsas.
Nosotros éramos varios, mismas edades, bolsas grandes bajo el brazo. Las dos diferencias que mí ubicar eran la de no traer niño y la de no ser nuestra piel del mismo color que la suya.
Vergüenza a ti Gobierno que domina al Zócalo de la CdMx, vergüenza a ustedes y a nosotros que ni entender ni actuar.
María del cielo del pueblo y el gris de la ciudad.
María que vienes, María que vas.
María que ríes, María que lloras.
María, María.
[i] Sé que está el rollo de los impuestos. Cada año hago mi declaración, en ceros, pero la hago. Pero mi indignación no va por ahí hoy, ni en el cómo se usan los impuestos que entran a las cajas de cualquier gobierno.
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