DE UN MUNDO RARO / Por Miguel Ángel Isidro

En los primeros días de diciembre de 1993, en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, tuvo lugar un evento que colocó, al menos por algún tiempo a dicha ciudad en el epicentro de la escena del rock nacional.

A iniciativa de un grupo de amigos -Alfonso André, Saúl Hernández y Jorge Tort, los dos primeros integrantes del grupo Caifanes- de dio la apertura de una sala de conciertos que cobró notoriedad entre los seguidores del género. Su nombre: “El Ritual del Perro”.

Hagamos un poco de contexto. Para principios de los noventas, Caifanes se había ya consolidado como el grupo de rock más importante de México, no sólo por las ventas de sus discos, sus miles de seguidores y sus exitosos conciertos tanto en territorio nacional como en Estados Unidos y algunas plazas de Latinoamérica, sino que en su entorno se había generado una nueva camada de agrupaciones que daban un respiro al movimiento.

Para ese entonces; el ensamble seguía capitalizando el éxito de su tercera producción discográfica, “El Silencio” (1992) para mi gusto, la mejor de su discografía-, pero la desgastante dinámica de las interminables giras y presentaciones había ya provocado mermas en su alineación: dos de sus miembros originales el bajista Sabo Romo y el tecladista Alfonso Herrera se habían separado de la alineación, que para ese tiempo ya se presentaba en formato de trío con músicos invitados.

“El Ritual del Perro” se encontraba en la avenida Emiliano Zapata, al norte de Cuernavaca, en un espacio que en otros tiempos había funcionado como teatro-bar, conocido como “La Carpa de Alfonso Zayas”, foro que en efecto, por algún tiempo fue regenteado por el popular comediante de la tristemente célebre era del cine de ficheras.

El nuevo antro había tenido ya un par de eventos de pre-inauguración, a los que se dejaron caer integrantes de varias bandas y periodistas del medio rockanrolero; pero las presentaciones de Caifanes, anunciadas para los días 4 y 5 de de diciembre se tomarían como la oficial inauguración del recinto.

Sus antecedentes de teatro-bar le daban al lugar el diseño y la acústica ideal para la celebración de conciertos; se retiraron en su totalidad las butacas y en lo que antaño había sido el vestíbulo se instalaron algunas mesas de billar y futbolines. Obviamente el lugar contaba con una amplia barra para cubrir las demandas de la sedienta audiencia rockanrolera.

En aquellos tiempos yo contaba con 21 años de edad y por supuesto que se me quemaban las habas por ir al concierto de Caifanes, que tendrían como grupo abridor a La Lupita. Los boletos costaban 100 pesotes de aquel entonces, que aunque no eran una fortuna, sí era un varo. Y además se habían anunciado dos conciertos -viernes y sábado- Lo que hacía doblemente apetitoso el plan.

Por un producto de la casualidad, pude asistir a los dos conciertos. Un boleto lo pagué de mi bolsa, pero el segundo se dió de chiripa, cuando un amigo me pidió acompañarlo a las instalaciones de la emisora Stereo Mundo 96.5, donde estarían regalando boletos en un programa llamado “El Ministerio del Rock”.

Llegamos a los estudios ubicados en la Glorieta de Tlaltenango, donde ya había unas cincuenta personas en la recepción en espera de conocer la dinámica para ganar los boletos. Finalmente uno de los locutores salió para anunciar la primera dinámica para regalar cinco pases dobles: se entregarían a quienes pudieran presentar algún souvenir de la banda: camiseta, disco, o póster. De inmediato aparecieron los afortunados, quienes pasaron a la cabina para una breve entrevista.

Minutos más tarde, otro de los locutores salió para anunciar la segunda dinámica. El tipo se percató que alguno de los asistentes traía una guitarra acústica y entonces sugirió: la siguiente tanda de boletos sería para las primeras cinco personas que pudieran cantar con la guitarra alguna rola del grupo.

“Ya me la pelé”, me dijo mi amigo, que no sabía rodar ni la puerta. Y entonces entré al quite: yo me sabía un par de rolas de Caifanes, así que opté por cantar “Antes de que nos olviden”. De esa manera le conseguí el boleto a mi camarada y pude garantizar mi entrada a ambos shows.

Por supuesto que las dos tocadas fueron alucinantes; me quedé sorprendido al ver que para esas presentaciones incorporaron como músicos invitados a Federico Fong -que después se uniría a Saúl Hernández en su etapa como Jaguares- y a Yann Zaragoza en los teclados, quien además se rifaba como DJ del antro algunas noches a la semana.

Por si fuera poco, algunos de mis mejores amigos habían conseguido trabajo en el staff del nuevo espacio: Jorge Ramírez Robles, “El Trébol” y Marco Antonio “El Oso” Rodríguez fungían como bartenders, encargados de brindar a los camaradas algunas chelas de cortesía.

Particularmente con Jorge “El Trébol” llevábamos algunos meses ensayando con nuestra propia banda, a la que bautizamos como La Granja. Aunque no éramos músicos profesionales, teníamos un pequeño repertorio de temas originales con una mezcla de funk y metal, totalmente cantado -es un decir-, en español. Nuestro formato era de power-trio: “El Trébol” en la guitarra, su servidor en el bajo y voz y en la batería teníamos a otro gran camarada, Paco del Olmo, mejor conocido como “El Taco”.

Un par de días después de la navidad del 93, Jorge me presentó a Danny Yerna, quien era el encargado de la programación de El Ritual del Perro. Nos dijo que podíamos tener un espacio para presentarnos con La Granja, alternando con unos amigos nuestros que tenían una banda de tributo llamada “Alcohollica”, que tocaba covers de Metallica. El trío lo conformaban Erwin Villuendas, Víctor Castillo y Saúl Sámano (QEPD), éste último, organizador de legendarias tocadas en el jardín de la casa de su señora madre, en la calle de Ixcateopan, allá por los rumbos del fraccionamiento Vista Hermosa.

La fecha ofrecida era poco menos que infame -jueves 2 se enero-; no habría paga, pero a cambio nos ofrecían barra libre limitada -sólo cerveza- y el chance de utilizar el equipo e ingeniero del Ritual. No lo dudamos ni un seguro; creo que estábamos tan emocionados que habríamos pagado por tocar.

Llegada la fecha, estábamos todos nerviosos y emocionados, ante la expectativa de que alguno de nuestros rockers favoritos pudiera estar entre la audiencia y de ahí pudiera surgir algo interesante para nuestro grupo. Minutos antes de la hora programada, nos pasaron al camerino- un modesto cuartucho con piso de cemento, medio baño y una especie de tocador con un espejo con cuarteaduras- para que pudiéramos “calentar” un poco antes de tocar.

En esas andábamos cuando apareció Alfonso André-el baterista de Caifanes- con cierta expresión de fastidio en el rostro. “Cuando gusten está todo listo; tienen 20 minutos para tocar”, fue lo único que nos dijo.

El lugar contaba con una escasa afluencia; apenas unas 20 personas, la mayoría amigos de ambas bandas. En la consola se ubicó el propio Alfonso André, quien después de cinco canciones nos hizo una señal cruzando la mano en forma de cuchillo sobre el cuello, en expresión de “ya córtenle”.

Obvio no esperábamos aplausos ni vítores; para nosotros era mucho mérito el haber tocado en un espacio con sonido e infraestructura profesional. Estábamos en la barra recibiendo nuestra paga en cervezas, cuando una vez más el caifán André apareció por ahí para darle algunas indicaciones al personal. Apenas nos volteó a ver para esbozar un lacónico “Chido”.

Chale, por lo menos nos hubieran dado las gracias por traer a nuestros amigos a su antro en plena cruda de Año Nuevo. Pinches mamones”, reculó Paco del Olmo. Nuestro guitarrista no tenía mucho que decir, a final de cuentas él era empleado del lugar.

Recuerdo haber visto varios memorables conciertos en ese mismo recinto: Fobia, La Castañeda y Tex Tex, entre otros. Al paso de algunos meses, nuestros amigos nos confirmaron que El Ritual del Perro cerraría sus puertas porque sus ingresos eran muy bajos. El último día de operaciones , uno de los socios, Jorge Tort se quedó a brindar con los empleados, les pidió sacar varias botellas de tequila Herradura Reposado y les dijo “sírvanse”, a manera de despedida.

En alguna entrevista de escuché a Saúl Hernández explicar el origen del nombre elegido para su espacio de conciertos; relataba que con un grupo de amigos se dedicaban las noches de viernes y sábados a recorrer todo tipo de bares, antros y tugurios en el Distrito Federal; desde los más elegantes hasta aquellos considerados de mala muerte; a esa rutina la bautizaron como “El Ritual del Perro Callejero”.

Curiosamente, durante la década de los noventas y durante algunos años posteriores, Cuernavaca fue sede de de las más importantes franquicias del rock nacional: Rockotitlán, que tuvo una subsede en la colonia El Vergel y también el espacio conocido como El LUCC (La Última Carcajada de La Cumbancha) contó con una sala de conciertos en la avenida Domingo Diez. En ambos espacios muchas bandas locales tuvieron la oportunidad de alternar con agrupaciones reconocidas del rock nacional como Luzbel, El Tri, Café Tacvba y Santa Sabina, entre otras.

A décadas de distancia, tanto la escena del rock mexicano, la industria discográfica y el mercado de los conciertos se ha modificado drásticamente.

Si cambió para bien o para mal, eso ya es material para otras historias…

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA

Caifanes
(México)
“Antes de que nos olviden”

La Lupita
(México)
“Contrabando y traición”

El Tri
(México)
“Otra tocada más”

Tex Tex
(México)
“Pobre rockanrolero”

Por miguelaisidro

Periodista independiente radicado en EEUU. Más de 25 años de trayectoria en medios escritos, electrónicos; actividades académicas y servicio público. Busco transformar la Era de la Información en la Era de los Ciudadanos; toda ayuda para éste propósito siempre será bienvenida....

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