Fotografía por Thomas Oxford, vía Unsplash

El calor va acechando el ambiente en este hemisferio norte. Mis entrañas de por sí ya calurosas, parecieran mutar a un caldo de vísceras. Mi pesado cuerpo va recuperando su vigor, y mi mente estabilizada a fuerza de antiepilépticos, ve con calma las pérdidas que en dos meses se me acumularon. Entre ellas mi espera, todo los días vestida de negro, culminó un día que atribuía mi dolor en pecho al covid persistente. Y así como lo sentí, a Ri se le detuvo el corazón, y falleció en silencio.

Ri siempre fue una presencia fantasma que evitaba acercarse a mí, para no reavivar el fogón de cenizas que yacían en el vacío desde hace ya casi una década. Él guardaba prudencia y no emitía comentario alguno. Aunque su hermano le tenía ligeramente informado de mí, Ri leía mi blog sin falta, mediante VPNs para no ser descubierto por quienes hubiesen sentenciádole a no tener acceso al internet. Ri fue un visionario. Empezó a hacer pruebas con Deep Fakes hace 9 años, y entró a ciertos servidores antes que la Guacamaya. Debido a sus habilidades, no sé qué tan vigilada estuve esos años por aquel ojo vehemente. Lo único que sé es que en el momento en el que se fue, su cuerpo aún cálido, fue retirado frente a los ojos de mi padre quien acompañaba a otros deudos, presenciando la llegada de los servicios funerarios. Por su parte, el padre de Ri, afectado, guardó secrecía los múltiples servicios que se hicieron. Mi padre hubo evitado decirme ese suceso, para no meterme a la boca del lobo del círculo familiar de mi querido Ri, aquel donde no hay aliados verdaderos y sólo se piensan en medio de guerras intestinas.

No obstante, creo que aún sabiendo, hubiese sido bastante difícil para mí. No hubiese podido verle antes incluso antes de su partida. Le cuidaban interdicto en una casa que desconocía, alejado de la fosa clandestina descubierta por madres buscadoras recientemente, alejado de la casa de su madre en la que solía vivir, en aquella manzana discreta. De esa casa sólo tengo el recuerdo de una eterna puerta cerrada. Enero y Febrero han ido transcurriendo entre el murmullo de las moscas. Entre esos cantos osados que anuncian el descuido, la suciedad, la pudredumbe… la pudredumbre de los alimentos que hemos descuidado por incapacidad de movernos, de nuestros cuerpos mortales, de las fosas de los inocentes. En estos meses de doomscrolling y golpes de mala suerte, sólo espero que el apabullante canto de las moscas, tan ominosas, disminuyan de mis pensamientos. Las coincidencias del fallecimiento de un colega en un accidente automovilístico el mismo día que yo me accidenté. Adquirir una enfermedad por la que perdí a ocho parientes. La pérdida de mi amigo… Sólo espero que este ciclo de muerte pare para poder leer las ondas de mi cabeza y tener una buena noticia.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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