Foto por Rebecca Grant vía Unsplash

Mientras pasaba mis dedos por la superficie del móvil mi mirada se posó sobre un dato científico relevante: las máquinas no pueden reproducir el crochet. Supongo,que con sus asegunes las experiencias humanas tampoco pueden ser replicadas con la supuesta precisión de las inteligencias artificiales, pues también se entretejen de maneras tan insospechadas, se complican y sus hebras terminan emergiendo de los recovecos más inhóspitos del tejido social. 

Hay personas que nos mueven emociones profundas, con quienes nos relacionamos hasta conseguir que nos lean el destino en el fondo de nuestro esqueleto; que sacuden nuestras neuronas, que hagan vibrar la piel en ondas de escalofríos, que nos hagan que nuestros sentimientos se formen desde su abstracticidad. 

Con cara de arrepentimiento me tomó entre sus largos brazos, y yo con mi robusta corporalidad pasé mi mano sobre sus cortos cabellos. Entre sus suspiros, inhaló y mi fragancia a lavanda visitó sus recuerdos. Tan sencillo es un abrazo, un aroma y dos personas, pero tan complejo es el sentimiento que brota de ello. Mi cuerpo últimamente se ha puesto fresco, he dejado de ser un radiador humano según me cuenta JL. Yo sólo puedo repasar lentamente en mi poco tiempo de conocerle, cada palabra que me ha dicho, cada expresión que me muestra, cada acción, explicación, mensaje. Y aún así no creo poder tejer en mis pensamientos el panorama completo de quién es y por qué. Conocerle, conocerme, es como resolver un nonograma. Habrá momentos en los que tendré que dar un pequeño salto de fe para poder encontrar la siguiente respuesta.

Silencio. 

Esa noche se retiró por un sendero corto pero peligroso. Ya pasaba la medianoche. Le había llamado con tal de resolver el malentendido que habíamos tenido, y aún así, me sentí egoísta. Regresó al pueblo en un auto que yo espero no llame la atención. Más silencio en mis pensamientos. En el exterior sólo se escucha la voz de una bloguera coreana por youtube. Lo único que siento es un despiadado vacío al no poder comprenderlo. Mi mente estabilizada no da para más que para dejar ir aquello que no puedo comprender. Y aún así, pareciera que faltan piezas a este rompecabezas.

Pasan los días y pareciese que la conversación no ha sido en vano. No obstante, no hay manera de predecir por dónde pasará el estambre y cómo entrará la aguja. Ni siquiera puedo predecir el tejido. ¿Acaso me he vuelto muy grande para estas situaciones? Si JL lee esto, ¿qué pensará al respecto?

Me duele la cabeza, por lo que decido dejar de pensar. Y bajo ese intermitente dolor sólo se encuentra la esperanza en que suceda un milagro.

Por Arantxa De Haro

Escritor amateur, multidisciplinario por pasatiempo, aficionado a los idiomas

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