DE UN MUNDO RARO Por Miguel Ángel Isidro

En un mundo tan convulsionado como en el que vivimos, nos mantenemos bajo la permanente creencia de que estamos a punto de enfrentar situaciones que llevarán al género humano al límite.

Un conflicto internacional, una pandemia, un fenómeno psicosocial que se sale de control (como los instigados por distintas sectas y grupos ultra fanáticos), o simplemente, la mala decisión de un poderoso, podrían cambiar nuestro entorno conocido en cuestión de horas.

Los atentados y asesinatos de prominentes figuras de la política, la vida social e incluso de la industria del entretenimiento son otros de los acontecimientos que sin duda impactan de manera significativa a la comunidad internacional. La violencia ha arrebatado fatalmente la vida de grandes figuras internacionales: Gandhi, Martín Luther King, John F. Kennedy y hasta John Lennon son ejemplo de ello.

Sin embargo, un episodio curioso tuvo lugar hace 42 años, con escasos días de diferencia. En hechos completamente aislados y con miles de kilómetros de distancia, dos de los más importantes líderes del mundo occidental estuvieron a punto de perder la vida en sendos atentados, de los cuales finalmente pudieron sobrevivir.

El 30 de marzo de 1981, el presidente norteamericano Ronald Reagan acudió a in almuerzo de negocios con líderes y representantes de la Federación de Sindicatos Americanos (AFL-CIO) en el Washington Hilton Hotel, ubicado a una corta distancia de la Casa Blanca. El mandatario cumplía apenas 70 días en el cargo, al que llegó como candidato del Partido Republicano.

A la salida del evento, en el que fungió como orador principal, el presidente Reagan salió por la puerta frontal del recinto, donde lo esperaban un nutrido grupo de periodistas y ciudadanos, y en un flanco también se encontraba el Primer Ministro de Canadá, Pierre Trudeau, quien acudió como invitado especial a la reunión.

Cuando apenas alzaba la mano para saludar a la multitud, Reagan fue repentinamente atacado por un solitario pistolero, que le disparó a quemarropa.

Sorprendentemente, la escena quedó captada en video y en cientos de fotografías obtenidas por los periodistas presentes. El atacante, posteriormente identificado como John Hinckley Jr., percutió seis disparos, pero sólo uno de ellos alcanzó a Reagan, tras rebotar en la superficie de su vehículo blindado, impactando al mandatario a la altura de la axila izquierda.

El ataque dejó otras tres personas heridas: el secretario de prensa de la Casa Blanca, James Brady recibió un tiro en la frente; el policía local Thomas Delahanty alcanzó a ser herido en la espalda, mientras que Timothy McCarthy, agente del Servicio Secreto, recibió un balazo en el abdomen. Todos ellos lograron sobrevivir al ataque, aunque en el caso del secretario Brady, tuvo secuelas permanentes, que finalmente le costaron la vida en 2014. Actualmente, la Sala de prensa de la Casa Blanca lleva su nombre.

Por su parte, el Presidente Reagan estuvo a punto de morir. La bala que lo impacto le perforó un pulmón y terminó alojada a 2.5 centímetros de su corazón. Según los reportes de prensa de aquella época, el mandatario de entonces 69 años de edad había perdido casi la mitad de su volumen sanguíneo al momento de ser ingresado al hospital de la Universidad George Washington, a donde fue trasladado por los elementos del Servicio Secreto por ser la ubicación más próxima al lugar de ataque.

De acuerdo con los despachos de la CNN, el incidente tomó tan de sorpresa al personal del nosocomio que ni siquiera alcanzaron a disponer de una camilla para recibir al Presidente, quien ingresó por su propio pie, aunque terminó desvaneciéndose en el vestíbulo.

Tras ser sometido a una cirugía de casi tres horas, durante la cual le fue extraído el proyectil que casi termina con su vida, el Presidente Ronald Reagan fue declarado delicado, pero fuera de peligro.

Sobre el atacante, John Hinckley Jr., de entonces 26 años de edad, un joven originario de un pequeño poblado de Oklahoma, las autoridades lograron corroborar las declaraciones del atacante, quien confesó haber realizado el atentado como una forma de llamar la atención de la actriz Jodie Foster, sobre la que tenía una obsesión erotomaniaca. Los investigadores confirmaron que Hinckley había enviado varias cartas al domicilio particular de Foster e incluso se supo que logró inscribirse a un curso en la Universidad de Yale, donde la actriz que años más tarde interpretaría a la agente del FBI Clarice Sterling en “El Silencio de los Inocentes” cursaba sus estudios.

Hinckley llegó al extremo de acosar telefónicamente a la actriz, y tras ser rechazado por ella, se convenció de que lograría llamar su atención convirtiéndose en una celebridad, por lo que inspirado en el personaje Travis Bickle de la película “Taxi Driver” (cinta que había visto decenas de veces y de la cual nació su fijación por Jodie Foster, quien interpreta a una prostituta adolescente), decidió que asesinando a una figura prominente podría obtener la atención deseada. El propio atacante reconoció que durante meses dio seguimiento a la agenda del ex presidente Jimmy Carter, pero que finalmente le ganó el cambio de poderes y fue entonces que centró su atención en Ronald Reagan.

Tan solo 44 días después del fallido magnicidio de Reagan, el 13 de mayo de 1981 tuvo lugar un segundo hecho de impacto.

En la Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, un nutrido grupo de fieles y visitantes se encontraban a la espera de la salutación papal.

Era un soleado mediodía de miércoles y el Papa Juan Pablo II ingresó por uno de los costados de la plaza a bordo de un vehículo descubierto, conocido popularmente como “Papa-móvil”.

Súbitamente, se escucharon una serie de detonaciones que provocaron caos y confusión entre la multitud, sólo para confirmarse la terrible noticia: un atacante había disparado contra el Papa, que fue alcanzado por cuatro balas: dos en la región abdominal, una en el brazo derecho y una más en la mano izquierda.

La oportuna intervención de algunos religiosos y monjas, así como la rápida reacción del jefe de seguridad de la Gendarmería de la Ciudad del Vaticano Camilo Cibin, impidieron que el pistolero continuara disparando sobre el pontífice, logrando además someter y arrestar al agresor, que fue identificado como Mehmet Ali Agca, un ciudadano de origen turco miembro de una agrupación ultra derechista conocida como Los Lobos Grises, que había ingresado a Italia con una identidad y pasaporte falso.

En sus primeras declaraciones, Ali Agca dijo ser miembro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), entidad que de inmediato se deslindó del atacante y de cualquier intento por asesinar al Papa.

El fallido magnicida reconoció contar con tres cómplices; un compatriota turco y dos ciudadanos búlgaros, uno de los cuales detonaría un artefacto explosivo explosivo para generar un cuadro de confusión y pánico que les permitiría huir y refugiarse en la embajada de Bulgaria. Finalmente, tras el sometimiento de Ali Agca, sus cómplices cayeron en pánico huyendo del lugar de los hechos.

Tras el ataque, el papa Juan Pablo II fue trasladado al Palacio Apostólico para un primer diagnóstico. Aunque superficialmente sus heridas no parecían graves, tras la auscultación los facultativos verificaron que el prelado presentaba una baja sensible en su presión arterial, transfiriéndolo de inmediato al Policlínico Universitario Agostino Gemelli, donde se le practicó una cirugía de urgencia, ante la presencia de una hemorragia intestinal masiva que estuvo a punto de provocarle la muerte. Al momento de ser intervenido, el Papa había perdido tres cuartas partes de su sangre a consecuencia de la perforación de un intestino.

Tras una cirugía de más de seis horas, Juan Pablo II fue estabilizado y declarado en recuperación. Sin embargo las secuelas del intento de homicidio le acompañaron por el resto de su vida, sobre todo por el hecho de que meses después, se le detectaría un padecimiento viral en la sangre, debido a un error de procedimiento durante las transfusiones masivas que recibió el día del ataque.

Aunque ambos atentados – el de Reagan y el de Juan Pablo II- se dieron en circunstancias y por causas radicalmente distintas, entre ellos se pueden señalar una serie de simetrías y divergencias que son de llamar la atención.

Ambos ataques fueron perpetrados en lugares abiertos, a plena luz del día y con la presencia de una multitud, cumpliendo la lógica del crimen político perfecto descrita desde la Edad Media por Maquiavelo: mientras más gente esté presente, más difícil será saber qué fue lo que ocurrió.

En ambos atentados, las partes directamente involucradas -pistoleros y víctimas- sobrevivieron a los hechos.

Ambos atacantes fueron absueltos. John Hinckley Jr. fue declarado no culpable debido a su condición psicológica, aunque fue mantenido en un centro psiquiátrico bajo supervisión permanente. Finalmente, en agosto de 2016 fue liberado sin medidas de restricción, por considerar que ya no representa un peligro para la sociedad. Al momento de su liberación Hinckley contaba ya con 67 años de edad.

Mehmet Ali Agca fue condenado a cadena perpetua por el intento de asesinato del papa Juan Pablo II; pero en junio del año 2000 le fue extendido un indulto por el presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi a petición del propio jefe de la Iglesia Católica. Agca fue deportado a Turquía, donde fue nuevamente encarcelado como responsable del asesinato del periodista izquierdista Abdi Ipekci en 1979 y por su participación en dos asaltos bancarios. Tras varios años de litigios judiciales en los que fue excarcelado y vuelto a apresar, Ali Agca fue liberado en enero de 2010, tras permanecer en prisión casi 30 años.

En diversas declaraciones a la prensa internacional Ali Agca terminó asumiéndose como un sicario sin filiación política; especulando que intentó asesinar a Juan Pablo II a instancias de grupos ultraderechistas de Rusia y Europa Central que veían con malos ojos el abierto respaldo del jerarca del Estado Vaticano a distintos movimientos progresistas, principalmente al sindicato polaco “Solidaridad” y su líder Lech Walesa.

A diferencia del atentado contra Reagan, en el que con relativa facilidad se aceptó como cierta la narrativa de un psicótico pistolero solitario, en el caso del ataque a Juan Pablo II se dieron años de intrincadas investigaciones y diversas teorías conspirativas, que lo mismo involucraban a la agencia rusa KGB que a la mafia búlgara, a conflictos internos del Vaticano e incluso a una hipótesis que señala que el atentado fue producto de una maquinación internacional encaminada a generar un ambiente hostil hacia la entonces todavía existente Unión Soviética, sembrando una estrategia conocida como “falsa bandera”, en uno de los momentos más críticos de la Guerra Fría.

Lo cierto es que ambos casos fueron perdiendo paulatinamente interés mediático, y ahora los hacemos coincidir como producto de la remembranza y pensando qué ocurriría en nuestro actual contexto de sociedad híper conectada e híper comunicada si dos atentados de semejante magnitud se presentaran en estos días.

¿Usted qué opina?
(Con información de Reuters, Wikipedia, CNN y La Voz de América).

Twitter: @miguelisidro

SOUNDTRACK PARA LA LECTURA

(Hits musicales de 1981)

The Rolling Stones
(Inglaterra)
“Start me up”

Queen & David Bowie
(Inglaterra)
“Under Pressure”

Styx
(Estados Unidos)
“Too much time on my hands”

Journey
(Estados Unidos)
“Don’t stop believin’”

Por miguelaisidro

Periodista independiente radicado en EEUU. Más de 25 años de trayectoria en medios escritos, electrónicos; actividades académicas y servicio público. Busco transformar la Era de la Información en la Era de los Ciudadanos; toda ayuda para éste propósito siempre será bienvenida....

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